30 septiembre 2013

El otro en el poema “El hombre de Armas Molidas (a)” de Juan Ramírez Ruiz




El otro en el poema “El hombre de Armas Molidas (a)” de Juan Ramírez Ruiz


Lorena García Pizarro

El poemario Las armas molidas (1996) de Juan Ramírez Ruiz, a diferencia de los textos poéticos anteriores, configura un nuevo sistema de signos de representación que ante la mirada del lector tiene una aparente función lúdica si se considera la disposición de la estructura de los poemas, cuyos títulos están en algunos casos en el margen inferior de la página, la numeración de las páginas en el extremo superior derecho, las estrofas están enumeradas, y generalmente hay un conjunto de signos o imágenes (quipus, figuras geométricas, etc.) que encabezan los poemas.
Al contemplar la estructura de este poemario es inevitable compararla a la estructura de Rayuela de Julio Cortázar, también, organizada de modo poco convencional. En Poesía, no se tiene alcances de este tipo de estructura en la que se podría desorganizar los poemas a partir de la enumeración de los versos designados por el yo poético, sin embargo, como señalamos los textos poéticos no cumplen solo una función lúdica, creemos que tras la distancia de la estructura convencional hay una postura crítica a la poesía hegemónica que no desarrollaremos ahora por ser otro el objeto de nuestro análisis. 
Antes queremos señalar que, al iniciar la lectura del texto poético, lo primero que se aprecia es la original presentación del prólogo bajó el título “Andigramas” que alude a lo que se podría considerar la escritura andina. Dicho prólogo adolece de un corpus cuyo sentido sea expresado a través de la escritura occidental, es más está configurado solo a partir de siete pallares en sombras en blanco y negro, lo que se podría interpretar como un acto de descortesía del autor al no presentar la traducción para el lector.
Por otro lado, confirma su distancia crítica hacia el lenguaje hegemónico del Otro y apela a su vez a otro tipo de receptor “no convencional”, quizá un intérprete de la civilización andina o un lector ideal que articule los signos y los vacíos en el texto. ¿Pero quién es el Otro? Para Lacan el gran Otro es representado tanto por el orden simbólico (ley, lenguaje, cultura) o por el sujeto hegemónico; mientras que el pequeño otro es la imagen especular, el semejante, el reflejo del yo que en el poema que analizaremos está representado por el sujeto subalterno.
Hay una necesidad del autor implícito de Las armas molidas de negar la tradición estética y lingüística para volver al origen de la palabra, porque esta se encuentra inevitablemente ideologizada por la cultura hegemónica del Otro. El preámbulo de la primera de las tres partes del poemario se presenta como “El canto”. Es necesario considerar el énfasis que el autor implícito realiza al asociar el inicio del poemario con la oralidad y, a su vez, los símbolos, pues va acompañado solo de tres pallares en sombras en blanco y negro. Creemos que para destacar la oralidad frente al acto de escritura, así el autor pretende involucrarnos como receptores antes que lectores. Además la oralidad adquiere un fuerte valor testimonial frente a la escritura desde el enfoque del otro, voz con la que se identifica el poeta.
Precisamente en el primer poema “Hombre de Armas Molidas (a)”, título que aparece en el extremo inferior del mismo, inicia con la imagen de un quipu, considerado un sistema mnemotécnico de las civilizaciones andinas. Más allá del uso como sistema de contabilidad se asume que también guardaba información histórica como la que se desprende de la lectura de los quipus en el drama Ollantay. Posteriormente, El nudo-quipu fue utilizado por el poeta Jorge Eduardo Eielson como práctica artística en búsqueda de otra forma de hacer lenguaje.
En el caso del poema, la imagen del quipu apela a la oralidad, a la memoria colectiva representada en un sistema de signos basada también en los nudos. Con lo que el yo poético al igual que el autor implícito establecen su identificación con el otro, pero no el otro de la antigua civilización; sino otro actual que ha quedado rezagado tras el encuentro de las dos civilizaciones. Este otro pertenece a un nuevo orden temporal donde la historia de explotación parece ser constante:

1.  Incluso con los muertos que tienen sitio
y no lugar
falta un hombre- falta un hombre-
están van dicen dibujan
y desde sin-
con el viento cazador de casas fugitivas
otra vez el eco repite: falta un hombre-
falta un hombre- falta un hombre…   (p. 11)

¿Quién es este otro? Un desaparecido, un sujeto sin voz, un sujeto condenado al anonimato. Un otro cuya individualidad no significa nada para el gran Otro (la cultura, el sujeto hegemónico). ¿Qué valor puede tener su palabra para el Otro letrado? Ninguna. No es gratuito que el título aluda a un hombre desprovisto de instrumentos de defensa, que en este caso, no alude a lo físico, sino a lo simbólico (derecho a la cultura, a la educación, a la dignidad como individuo, ¿a la inclusión?). El Carácter de oralidad al que apela el yo poético en el poema es reforzado por el eco de las voces anónimas que repiten con insistencia la ausencia del otro al igual que dichas voces en el anonimato.
¿Qué valor podría tener la voz colectiva de otros sujetos frente a la impotencia del otro como individuo? Un individuo que se manifiesta en un acto de desesperación frente a lo que aparentemente es solo la naturaleza: “¡De quién es la mente y mano que golpea / al cielo sordo y a la tierra muda!” (p. 11). Fíjese que la impotencia del otro no se da hacia un otro de su condición, sino hacia las divinidades representadas en las isotopías “cielo” y “tierra”, que aluden a las deidades occidentales y andinas. El yo poético sintetiza en estas imágenes el acto de transculturación en el imaginario del otro. ¿Pero a dónde pertenece? ¿A qué territorio?

2.  Pero a quién entonces pertenece esta huella que gotea
en valles y pistas
un verdor ardiente y perfumado- a quién pertenece
la voz que reside en cada cuerpo
y se hospeda entre los astros- ¡a quién! (p. 11).

En el inicio del poema se anticipa que “[i]ncluso… los muertos… tienen sitio / [pero] no lugar” (p. 11). La desterritorialización del otro no es solo espacial, sino también simbólica. Este pierde absolutamente la autonomía de su espacio físico y por tanto la configuración de su propia identidad a favor del Otro:

2.2.  De quien sino del hombre que vestido
Con camisa blanca
Pantalón y zapatos negros
Viene semilla de un torrente de raíces
O ramillete de núcleos
Encendiendo el ojo de los días fragantes:

2.3.  ¡… No- no falta tal hombre- no- no falta
El hecho inacabable que respira!... (p. 11).

Resulta interesante la relación dialógica en el texto poético, entre la voz colectiva que busca y la voz hegemónica que niega, pues a partir de esto se establece la relación dialéctica entre la cultura dominada y la cultura dominante. El tipo de discurso que se manifiesta entre ambos ejerce una tensión en el que siempre hay uno que pierde su derecho a la expresión. En este caso, la expresión como individuo.
El otro es configurado por la ausencia de su voz a partir de la negación del Otro; pero, también, se aprecia la pérdida de su autonomía como individuo a favor de aquel representado en el vestido (camisa blanca, pantalón y zapatos negros), lo que para Eielson representa la máscara de la civilización. Sin embargo, esta aparente civilización que le proporciona el vestido al Otro es subvertida por la voz del yo poético: “Trajeado también en- con cavernas al revés” (p. 11). La isotopía “caverna” alude a lo primitivo desde el enfoque del hombre civilizado; sin embargo, el yo poético recurre al término para invertir el sentido y dotar al sujeto trajeado (Otro) del mismo pero no en lo aparente, sino en el orden espiritual, pues el vestido en él solo es una máscara que recubre su despotismo de terrateniente como se aprecia en la siguiente cita:
 3.  Trajeado también en- con cavernas al revés
      (siempre el repartido)
      siembra en el Sur
      y va- viene en el rumbo
      tocando el agua inmóvil
      en la piedra que se va (p. 11).

Esta alteración de las funciones de la naturaleza, (el agua que se detiene, las piedras que van) ante un yo poético que no se inmuta, revela el punto de enunciación desde donde no solo escribe, sino reflexiona; pues asume al igual que Manuel Scorza que la alteración de la naturaleza es el resultado de la inversión del orden antiguo.
Si bien el poemario posee una estructura poco convencional estamos convencidos que la elección de las formas, de los nuevos signos responde a la necesidad del autor implícito de descentrarse como poeta en el marco de la época para alejarse de la función del lenguaje hegemónico del Otro y subalternizarlo frente otras alternativas de representación que le permitan expresar el sentimiento colectivo que no le permite la lengua heredada.
Al parecer, Juan Ramírez Ruiz nos insta a reflexionar sobre la función del lenguaje, de las posibilidades de expresarnos como individuos y colectividades, de las posibilidades de liberarnos o descolonizarnos de los paradigmas estéticos eurocéntricos en un acto de rebeldía estética,  de reflexionar en las múltiples posibilidades de expresión y recepción poética. 
Fuente:
Ramírez, Juan (1996). Las armas molidas. Lima: Arteidea Editores: 


(*) Parte de este análisis salió en el primer número de la revista Escribamos en homenaje a la vida y obra del poeta Juan Ramírez Ruiz. La organización de la revista estuvo a cargo de los alumnos de Periodismo (base 2010) de la Universidad Nacional Federico Villarreal.   Al respecto, ver la siguiente dirección: http://issuu.com/journalistandwriter/docs/revista_juan_ram__rez_ru__z