Lorena García Pizarro
1. Introducción
La
Retórica como disciplina ocupó un lugar preponderante en la cultura de los
siglos XV, XVI y XVII. En el siglo XVI, esta influyó decisivamente en la
construcción de los discursos y fue importante para la formación humanística.
Si bien en el siglo XV se recuperan los textos de autores latinos (Cicerón y
Quintiliano), Cicerón fue un referente importante, pues de él se retoma el
“estilo humilde” –que sustituyó el discurso medieval y estuvo presente
constantemente en las crónicas, cartas y relaciones de viajes, géneros
discursivos surgidos en la conquista[1]–,
y el “estilo tuliano” que rechaza el estilo monacal por ser tosco y bárbaro
(José Antonio Hernández, 2009). La Retórica[2]
de la época está determinada por la dualidad “teoría/ praxis”, es decir, una,
ligada al ámbito de la preceptiva y, otra, a la práctica oratoria en los
discursos eclesiásticos, civiles y académicos, lo que quiere decir que se
aplicaba una retórica para el ornato del texto y, otra, para el efecto deseado
en el receptor.
La producción de los textos en especial
las crónicas de Indias, situadas históricamente en el periodo renacentista, estaban
condicionadas bajo diferentes modelos retóricos y no estuvieron exentas de los
modelos retóricos canónicos; por tanto, son susceptibles de recibir la
influencia de los modelos según los objetivos con los que son construidos sus
textos. En la producción de las crónicas de Indias se distinguen dos modelos
retóricos principales: la retórica historiográfica renacentista y la retórica
forense (James Ray Green 645). El primer modelo posee un estilo pulido,
latinizante y un diseño providencialista; el segundo, posee una variedad
expresiva que no exige la adhesión a las reglas del decoro («relación», «carta»,
«memorial») (Green 645).
Stephen
Gilman señala “dos tipos de influencia o de «reminiscencia literaria»: 1) la
referencia específica a un texto caballeresco y 2) el empleo de recursos
estilísticos característicos de los libros de caballerías” (Green 646), lo que
implica que además de los modelos retóricos, había influencias literarias que
dificultaban la homegeneidad como patrón discursivo en el siglo XVI.
2. Estado de la cuestión en torno a Naufragios
Serra
clasifica a Naufragios entre las crónicas del descubrimiento y conquista,
porque es contemporánea a dichos acontecimientos y señala que el texto
proporciona informaciones técnicas sobre la expedición: la fecha de salida, la
composición de la flota, los nombres de los funcionarios de la corona y a los
religiosos embarcados, la motivación del viaje y se identifica como tesorero y
alguacil mayor de la expedición (Serra 2). Datos que corresponden al discurso
de la época.
Durante las primeras décadas de la
conquista, los funcionarios recibían instrucciones precisas de cómo informar a
la corona de los sucesos ocurridos. Dichas relaciones eran leídas, con sumo
cuidado, por los funcionarios del Consejo de Indias, por cronistas imperiales y
por autoridades virreinales; pese a los convencionalismos expositivos, las
normas fueron desbordadas por proyectos narrativos que iban mucho más allá de
la habitual constatación de los hechos (Serra 2). En el caso de Naufragios, “[e]l registro descriptivo […]
confirma, en varios planos, ese proceso de desbordamiento que trasciende al
inventario fáctico propio de las relaciones” (Enrique Pupo-Walker, citado en
Serra 2).
Al respecto, Juan Francisco Maura precisa
que es difícil determinar la naturaleza veraz o ficcional de Naufragios; pues, su naturaleza acusa la
pertenencia a la autobiografía de aventuras y la “Relación” (26); mientras que
para Rabasa, la tensión que se origina entre lo novelesco y lo histórico, en el
texto, consiste en una yuxtaposición para nada accidental; sino, producto de la
ironía[3].
El concepto de allegoresis
etnográfica le permite superar dicha oposición binaria (176-7).
Un hombre como Alvar Núñez, capaz de
sobreponerse a la esclavitud, amenazas de muerte de los indios, hambre, dolor
físico debió tener dotes extraordinarias “[n]o solamente para persuadir a los
indios que no le mataran [sic], sino de resistencia física y sobretodo de
ingenio” (Maura 26). Por ello, se ha querido interpretar en el proemio las
verdaderas intenciones que emergen en el texto. Serra identifica el carácter
informativo del texto con el exordio reforzado por el proemio y el carácter de
veracidad que el conquistador dispone a contar (2). El proemio de la relación,
eliminado junto con el título “Relación” por el de Naufragios, revela la nueva intención del texto: condicionar la
respuesta del rey (Molloy 426). Una vez eliminado, ¿cuál fue,
entonces, el mecanismo retórico al que apeló Alvar Núñez para persuadir?
Considerando que él ya había redactado
una crónica de viaje depositada en la Audiencia de Santo Domingo, creemos que si ya había enviado una
crónica de viaje, la intención de Naufragios
responde a otra motivación: “conseguir la inmortalidad por medio de la “fama”
(150) y eso solo podía lograrse apelando a la misericordia del lector.
Por ello, narra la historia del
fracaso, pues Naufragios no es el
tipo de relación que busca exaltar las hazañas victoriosas; sino, narra “la
historia de un fracaso cuyo signo negativo se busca borrar con la escritura” (Molloy
425). La única hazaña de Alvar, para Molloy, consiste en persuadir y convencer.
Si los cronistas anteriores buscaban la persuasión a través de la narración de
sus hazañas. La justificación del fracaso que hace Alvar no depende de la voluntad
de los hombres sino de la voluntad divina. ¿Cuáles son esas estrategias que
Alvar utiliza en Naufragios?
Estamos de acuerdo cuando
Maura señala que el atractivo de Naufragios
está en que posee el atractivo de las crónicas del Nuevo Mundo “hecha por un
testigo presencial, con el complemento de poseer toda la magia y atracción que
lo novelesco aporta al relato” (178). Pese a la ausencia de ornato, o laconismo
de estilo, como señala Juan Francisco Maura es “la peripecia en el desarrollo
del argumento lo que en definitiva logrará el éxito o no de lo que se intente conseguir“
(Maura 149). En nuestra opinión, hay otros recursos que permiten contribuir a
la construcción de la retórica del pathos
como veremos después.
La
presentación de situaciones que provocan la misericordia en el lector no es
coincidencia entre estas narraciones autobiográficas de mediados del siglo XVI
“[es] la semejanza del “propósito” con que están escritas, lo que las hace
coincidir en la forma de presentar las respectivas experiencias. En alguna
forma se intenta imitar en las acciones narradas, los padecimientos de
Jesucristo” (Maura 147).
3. ¿Recursos retóricos en la
configuración de Naufragios?
¿Cuál es la característica retórica que
determina a Naufragios? ¿Esta
característica la incluye o excluye del paradigma o paradigmas estéticos y
hegemónicos de la época? La versión final de Naufragios, a diferencia de otros, obvia la presentación (el saludo,
el exordium, el ornato del texto, la retórica del disimulo) para situarnos
frente a los hechos, pero lo que sí le interesa es la exaltación del estilo (elocutio), pero a diferencia de Cortés[4]
que recurre a la solemnidad y a la retórica épica del conquistador, Alvar Núñez
recurre al pathos para apelar a la
compasión frente a los hechos con la intención de obtener algún beneficio a
través de dicho discurso, lo que revela el locus de enunciación del autor.
Alvar construye un sujeto escritural
que forma parte de quienes estaban al mando con lo que se inserta a la cultura
hegemónica. Construye, también, en el texto un destinatario o narratario ficcional
(el Rey) para obtener las Mercedes de este como objetivo principal; sin
embargo, Alvar es consciente de que sus textos no solo van a ser leídos por el
rey, sino por otros lectores motivo por el que recurre a otros recursos para
lograr la identificación con su relato.
3.1. La retórica del pathos
Aristóteles hace una caracterización
de la “compasión” y la presenta como el pathos
común con el “miedo”, el temor de quien lo espera y produce la compasión y
lástima en el otro. El objetivo de dicho recurso consiste en apelar a la
justicia del receptor a partir de la indignación. Para Quentin Racionero, la
recurrencia a dicho mecanismo psicológico “fundamenta la capacidad persuasiva
del uso retórico de la compasión, puesto que sobre todo nos sentimos
persuadidos en aquellas ocasiones en que «más nos da la sensación de que
también podría sucedernos»” (354).
Considerando
que toda tragedia implica un cambio de fortuna, para Aristóteles existirá una
tragedia compleja cuando se presente en ella una peripecia o peripéteia
(Suceso brusco y repentino, imprevisto) y una anagnórisis (reconocimiento). La peripecia es un suceso “que viene a cambiar de forma fatal la
dirección en que se desarrollaba la acción (De Paula Samaranch 39). La anagnórisis “es un reconocimiento; un
caer en la cuenta de algo que se había olvidado o descuidado; un reconocer la
identidad de alguien o de uno mismo (De Paula Samaranch 39). Ambos mecanismos
(la peripecia y la anagnórisis) se encuentran presentes en
la construcción de las acciones de los personajes[5]
de Naufragios. Consideramos que Alvar
debía conocer sus funciones por la recurrencia a dichos recursos en el texto.
3.1.1. La representación de la naturaleza adversa
El fundamento retórico del pathos en Naufragios va a ser respaldado tanto por las peripecias de los
personajes como por la representación adversa de la naturaleza. Así Alvar Núñez
primero nos presenta el evento del viaje y, como acto seguido, el naufragio;
sin embargo, ante esto narra el tiempo adverso y la naturaleza hostil a los
personajes: “Otro día de mañana comenzó el tiempo a dar no buena señal, porque
comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto…” y añade “A esta hora el agua
y la tempestad comenzó a crescer tanto, que no menos tormenta había en el
pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era
necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros” (6-7),
para evitar que el viento los llevase.
Nos cuenta también los peligros a los que se exponen en dichos lugares, pues
les tenían más miedo a la caída de los árboles que a la tormenta.
La descripción del mal tiempo al que
refiere Alvar tiene como objeto preparar al lector poco a poco a un clima
adverso y propicio para la justificación de las acciones de los personajes,
pero sobre todo presentar las peripecias durante su peregrinaje en tierras
amerindias y así despertar la compasión en el lector: “[A] un cuarto de legua de agua hallamos la
barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí por la
costa se hallaron dos personas de mi navío […] tan desfiguradas de los golpes
de las peñas, que no se podían conocer (8).
La
representación de la naturaleza que se hicieron en las cartas y relaciones consistían
en la hiperbolización de las bondades de las tierras amerindias y, por tanto,
la ficcionalización de la naturaleza amerindia; sin embargo, Alvar nos presenta
una descripción de la naturaleza aunque interferida, inevitablemente, por el
discurso de la abundancia (descripción de la fertilidad de la tierra, las
diversidades de árboles, animales); predomina en el texto la superioridad de la
naturaleza amerindia sobre el hombre occidental: “en ella hay muy grades montes
y los árboles á maravilla altos, y son tantos los que están caidos en el suelo,
que nos embarazaban el camino…” (22), la imprevisibilidad de la naturaleza
provoca una desventaja en la empresa del conquistador: “de los [árboles] que no
estaban caídos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de rayos que
en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas y tempestades”
(22).
La presentación de los obstáculos que
la naturaleza impone al occidental, hace que Alvar nos presente a la naturaleza
no como un objeto de contemplación hasta entonces, sino como un agente imprevisible
que confabula contra los objetivos de los náufragos occidentales. La narración
de la naturaleza hostil para el occidental, permite que los eventos adversos
adopten un ritmo que va in crescendo durante
la narración para conducir la conmiseración del narratario ficcionalizado.
3.1.2. Las peripecias del héroe
occidental
Una vez iniciado el primer naufragio, los
eventos adversos se suceden unos a otros: “Los que quedamos escapados, desnudos
como nascimos, y perdido todo lo que traíamos”,
“Y como entonces era por noviembre, y el frio muy grande, y nosotros
tales, que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos
propria [sic] figura de la muerte” (47).
Alvar,
casi siempre, hace una diferenciación entre el yo narrador y el yo actor
(Molloy 428), esto producto de las peripecias que sufre, para diferenciar su
presencia de los actos reprobables: “cinco cristianos que estaban en el rancho…
llegaron á tal extremo que se comieron los unos a los otros” (52). El canibalismo
que comenten sus compañeros de viaje cada vez que la naturaleza los somete a
duras pruebas les hace dejar de lado la sensibilidad cristiana por la de la
sobrevivencia. De la que guarda distancia como testigo, para luego asumir la
narración en primera persona del singular en su defensa: “De mí sé decir que
desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, y
algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo…” (47).
Para acentuar la compasión, señala que tras
el naufragio y la muerte de sus compañeros pedían la misericordia a Dios
derramando muchas lágrimas y pidiendo perdón por sus pecados. Y Alvar añade:
Los
indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron á buscar y á traernos
de comer; mas, cuando ellos nos vieron ansí en tan diferente hábito del
primero, y en manera tan extraña [desnudos], espantáronse tanto, que se
volvieron atrás (47-48).
En los siguientes fragmentos, Alvar
recurre a la sensibilidad cristiana para lograr la conmiseración del evento que
narra. La narración llega al borde de lo tragicómico cuando narra que hasta los
indios, considerados siempre inferiores por los occidentales, se conduelen de
la miseria en la que se encuentran los viajeros: “[l]os indios, de ver el
desastre que nos había venido..., con tanta desventura y miseria, se sentaron
con nosotros, y con el gran dolor y lástima que hobieron debernos en tanta
fortuna, comenzaron todos á llorar recio…” (47-48).
Las peripecias a las que se ven sometidos los
occidentales con la pérdida del vestido, como metáfora reiterativa (Rabasa 76),
es lo que causa el desconsuelo en ellos. Tal vez, porque en esa situación, se
sienten inconscientemente en condición de igualdad con los indios, pues para el
occidental el vestido representa la inserción en la civilización, la marca que
lo diferencia de los naturales tal y como lo describen Colón, Vespucio y otros
en sus cartas y relaciones.
La identificación de los náufragos con
el imaginario colectivo occidental se va a ver trastocada por el paso de ser el
“sujeto dominante” a “sujeto subalternizado” por los indios: “…en ese tiempo yo
pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como por el mal tratamiento que de
los indios rescebía, que fue tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos
que tenía” (75). Al estar casi seis años desnudo entre los indios, este no va a
ser identificado por los indios como uno de ellos sino como alguien inferior y
es que el occidental como individuo pierde su identidad como colectividad y
llega a ser un paria en la comunidad del Otro.
Para sobrevivir, Alvar tuvo que hacer
de mercader y otros oficios hasta llegar a ser curandero con lo que se aprecia
una evolución en el personaje gracias a su astucia y al análisis de las
conductas del Otro como colectividad. Solo observando lo que el Otro valora y
respeta le va a permitir invertir el orden de subordinación religiosa a su
favor.
3.1.3.
La anagnórisis
Para Sylvia Molloy resulta interesante el
descubrimiento del yo, en Naufragios,
frente al otro, en la medida que le permite un replanteo de un sujeto ante una
alteridad cambiante que determina sus distintas instancias (426). En nuestra
opinión, preferimos hablar del reconocimiento
o anagnórisis como el cambio de un
estado a otro (desgracia a fortuna o viceversa), pues la “alteridad” como
término no fue concebido entonces; sino, después.
La presencia de los eventos
adversos como la pérdida de vidas en el naufragio va a ser el primer indicio no
del reconocimiento; sino, de la involución hegemónica en los náufragos “hícelos
entender [a los indios] por señas cómo se nos había hundido una barca, y se habían
ahogado tres de nosotros” (47). A partir de este momento, la suerte de los
sobrevivientes va a estar bajo el dominio de los indios, primero como huéspedes
en solidaridad de su desgracia; luego, los indios empezarán a maltratarlos;
porque para ellos los individuos poseen identidad en cuanto forman parte de una
colectividad. Así, los indios determinarán el reconocimiento de los
occidentales como unos parias sin raíces en tierras amerindias, motivo por el
que son sometidos a vejámenes y maltratos:
En
ese tiempo yo pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como por el mal
tratamiento que de los indios rescebía, que fue tal, que yo me hube de huir
tres veces de los amos que tenía, y todos me anduvieron a buscar y poniendo
diligencia para matarme (75).
La esclavitud a la que se ven
sometidos los náufragos, produce una desazón existencial y un trauma
psicológico en cuanto pasan de ser sujetos dominantes a subalternizados
esclavos sin decisión sobre sus vidas. Las subjetividades de dominio y
conquista han sido sustituidas por el miedo al indio. Alvar reconoce su nuevo
estado y decide por todos los medios encontrar a sus compañeros: “á dos días
nos encomendamos á Dios nuestro señor y nos fuimos huyendo... con harto temor
que los indios nos habían de seguir” (78). La presentación de la escena del
encuentro de Alvar y el resto de los náufragos apela a la sensibilidad. En ese
sentido el reconocimiento de los compañeros de desgracia logra el efecto
deseado conmover al lector y solidarizarse con ellos.
La anagnórisis no solo consiste en
reconocer o identificarse con alguien; sino, también, consiste en el cambio de
estado y cómo se define a partir de ese momento el individuo. Alvar, de ser un “sujeto
subalterno”, pasa a ser un “sujeto dominante”, con el que se da la siguiente
anagnórisis, solo a partir de la asimilación de las prácticas paganas que él
observa en los indios; sin embargo, ese nuevo estado de dominación a partir de
las prácticas de curandería se da a partir del ingenio de Alvar en cuanto
utiliza la máscara de los artificios de los indios para curar en nombre de
Dios. En ese sentido, Alvar que nunca ha perdido la fe en medio de las
peripecias que ha sufrido por el azar retoma el poder con el instrumento de
evangelización camuflado en las prácticas paganas lo que le origina respeto
entre los naturales, así Alvar convierte
la experiencia de curandero en una empresa de otro orden: económico.
Alvar eleva a Naufragios al rango de tragedia y comedia al recurrir a las peripecias a las que serán sometidas las
acciones de los personajes al extraviarse tras el naufragio y el reconocimiento
(anagnórisis), tras años de ausencia,
entre los personajes occidentales hace que en medio de su tragedia se
reconozcan como parte de una cultura en un tiempo pasado; pero, también como
víctimas solidarias en medio de la nueva tragedia. Con estos recursos Alvar
apela a la estrategia retórica del pathos,
a los sentimientos del receptor al rey, su narratario ficcionalizado: “yo hice
una probanza de ello, cuyo testimonio envié á vuestra majestad” (8, el
subrayado es nuestro), para persuadir al lector occidental, para solidarizarlo
con él, para demostrarle que en medio de la tragedia él es uno de los pocos
sobrevivientes y con el texto logró la fama que los hombres de su contexto
histórico aspiraban.
Así podemos apreciar que en Naufragios hay una serie de estrategias,
pero este texto a diferencia de otros carece del ornato, pero abunda en efectos
de persuasión eficaces como el de apelar a las emociones del receptor a partir
de unos recursos que debe haber tenido conocimiento, pues el siglo XVI fue una
época de revisión de los textos clásicos grecolatinos y de emulación de algunas
estrategias; por ello, no es raro identificar a Naufragios con El Lazarillo
de Tormes publicado mucho después, también de naturaleza tragicómica.
Conclusión
Naufragios
se sitúa, no en el paradigma de las crónicas y relaciones, sino en el paradigma
de los textos literarios renacentistas, que fueron difundidos en Europa a
partir de las rutas comerciales. Dentro de ese marco histórico, Naufragios dialoga, con las crónicas y
relaciones que presentan al occidental como un héroe épico, y desacraliza esa
perspectiva desde la tradición de la literatura que apela a las máscaras, el
humor, lo grotesco.
Considerando
que el espíritu renacentista exaltaba el desarrollo del individuo, el gusto
estético y el intelecto resulta difícil pensar en los discursos de la conquista
ajenos a una influencia directa o indirecta a la literatura renacentista, como
es el caso de Alvar Núñez Cabeza de Vaca en cuyo texto se siente, además, la
influencia de la narrativa de la época.
Creemos que además de plantear la
historia de la conquista de modo más humano; Alvar, decide sustituir el modelo
retórico que caracterizó a su cotextos y lo hace a partir de la retórica del pathos un recurso persuasivo entre los
grecolatinos, fuentes de las que se nutren los textos del siglo XVI.
[1] Durante este período, los textos
sobre retórica que se conocían eran el de Nebrija y el de Luis Vives. Tal y
como precisa José Antonio Hernández, 2009:
[…]
la obra retórica de Nebrija (1444‑1522) que, si bien no contiene aspectos
innovadores, ejerció una gran influencia y fue muy difundida por figurar como
texto en varias universidades españolas. También merece especial atención la
figura de Luis Vives (1492‑ 1540) y sobre todo sus obras De
causis corruptarum artium libri IV, De
corrupta rhetorica
y De
ratione dicendi libri III, en las que demuestra una gran
preocupación por la enseñanza y una gran calidad como pedagogo. En la primera
se hace eco de la decadencia de la Retórica, disciplina que se ha limitado a
repetir miméticamente las teorías clásicas, y en la segunda intenta aportar
diversas soluciones a esta situación, comenzando por recomendar que se estudie
la Retórica tras la Dialéctica, y no después de la Gramática.
[2] La Retórica se extiende a los ámbitos
civil, religioso, judicial y al ámbito poético (José Antonio Hernández, 2009). No
había un consenso sobre las partes de la Retórica, para el alemán Felipe
Melanchthon, la inventio y la dispositio eran
partes de la Retórica, el español Luis Vives elimina la inventio
y asimila la Retórica a la elocutio.
El francés Pierre de La Ramée antepone la Dialéctica a la Retórica y divide a
esta en: elocutio y pronuntiatio. Es decir, cada
quien enfatizó su interés en los componentes retóricos que más les interesaba.
[3]
Al respecto,
es necesario precisar que el espíritu renacentista de la época no consistió en
la copia fiel de los modelos retóricos clásicos, sino se dio, también, una
serie de respuestas a dicho modelo en función al humor, la parodia, la ironía
en dos textos fundamentales para la literatura renacentista europea: Elogio de la locura (1511), en la que se
recurre a la máscara de la estulticia para criticar el orden imperante y Gargantúa y Pantagruel publicada en los
años 1532, 1534, 1546, 1552 y 1564. Textos que influyeron en el resto de la
literatura renacentista y probablemente Alvar tuvo noticias de ellas.
[4] Cortés escribe bajo el modelo ars dictaminis (teoría retórica
medieval) destinado a fijar la tención sobre el texto. Dos rasgos básicos del ars dictamini consisten en: distinción
en la carta de las partes del discurso retórico (que se amplían al diferenciar
entre salutatio y exordium) y el especial desarrollo
teórico del saludo y el exordio que será captado por la captatio benevolentiae (Beatriz Aracil, 2009).
[5]
Cuando Cortés
se construye como personaje épico en sus cartas
lo hace bajo cierto discurso retórico basado en la hiperbolización de lo
que describe, los símiles entre occidente y las indias, la ficcionalización de
los hechos, para impresionar al rey; a diferencia de Alvar Núñez Cabeza de Vaca
que no presenta a héroes épicos sino a sujetos reales sometidos a una serie de
peripecias.