11 noviembre 2012

La función retórica del pathos en "Naufragios"



                                                                                                                          Lorena García Pizarro
                                                                                                                           
1. Introducción
La Retórica como disciplina ocupó un lugar preponderante en la cultura de los siglos XV, XVI y XVII. En el siglo XVI, esta influyó decisivamente en la construcción de los discursos y fue importante para la formación humanística. Si bien en el siglo XV se recuperan los textos de autores latinos (Cicerón y Quintiliano), Cicerón fue un referente importante, pues de él se retoma el “estilo humilde” –que sustituyó el discurso medieval y estuvo presente constantemente en las crónicas, cartas y relaciones de viajes, géneros discursivos surgidos en la conquista[1]–, y el “estilo tuliano” que rechaza el estilo monacal por ser tosco y bárbaro (José Antonio Hernández, 2009). La Retórica[2] de la época está determinada por la dualidad “teoría/ praxis”, es decir, una, ligada al ámbito de la preceptiva y, otra, a la práctica oratoria en los discursos eclesiásticos, civiles y académicos, lo que quiere decir que se aplicaba una retórica para el ornato del texto y, otra, para el efecto deseado en el receptor.
        La producción de los textos en especial las crónicas de Indias, situadas históricamente en el periodo renacentista, estaban condicionadas bajo diferentes modelos retóricos y no estuvieron exentas de los modelos retóricos canónicos; por tanto, son susceptibles de recibir la influencia de los modelos según los objetivos con los que son construidos sus textos. En la producción de las crónicas de Indias se distinguen dos modelos retóricos principales: la retórica historiográfica renacentista y la retórica forense (James Ray Green 645). El primer modelo posee un estilo pulido, latinizante y un diseño providencialista; el segundo, posee una variedad expresiva que no exige la adhesión a las reglas del decoro («relación», «carta», «memorial») (Green 645).
         Stephen Gilman señala “dos tipos de influencia o de «reminiscencia literaria»: 1) la referencia específica a un texto caballeresco y 2) el empleo de recursos estilísticos característicos de los libros de caballerías” (Green 646), lo que implica que además de los modelos retóricos, había influencias literarias que dificultaban la homegeneidad como patrón discursivo en el siglo XVI.

       
2. Estado de la cuestión en torno a Naufragios      
        Serra clasifica a Naufragios entre las crónicas del descubrimiento y conquista, porque es contemporánea a dichos acontecimientos y señala que el texto proporciona informaciones técnicas sobre la expedición: la fecha de salida, la composición de la flota, los nombres de los funcionarios de la corona y a los religiosos embarcados, la motivación del viaje y se identifica como tesorero y alguacil mayor de la expedición (Serra 2). Datos que corresponden al discurso de la época.
        Durante las primeras décadas de la conquista, los funcionarios recibían instrucciones precisas de cómo informar a la corona de los sucesos ocurridos. Dichas relaciones eran leídas, con sumo cuidado, por los funcionarios del Consejo de Indias, por cronistas imperiales y por autoridades virreinales; pese a los convencionalismos expositivos, las normas fueron desbordadas por proyectos narrativos que iban mucho más allá de la habitual constatación de los hechos (Serra 2). En el caso de Naufragios, “[e]l registro descriptivo […] confirma, en varios planos, ese proceso de desbordamiento que trasciende al inventario fáctico propio de las relaciones” (Enrique Pupo-Walker, citado en Serra 2).
        Al respecto, Juan Francisco Maura precisa que es difícil determinar la naturaleza veraz o ficcional de Naufragios; pues, su naturaleza acusa la pertenencia a la autobiografía de aventuras y la “Relación” (26); mientras que para Rabasa, la tensión que se origina entre lo novelesco y lo histórico, en el texto, consiste en una yuxtaposición para nada accidental; sino, producto de la ironía[3]. El concepto de allegoresis etnográfica le permite superar dicha oposición binaria (176-7).
        Un hombre como Alvar Núñez, capaz de sobreponerse a la esclavitud, amenazas de muerte de los indios, hambre, dolor físico debió tener dotes extraordinarias “[n]o solamente para persuadir a los indios que no le mataran [sic], sino de resistencia física y sobretodo de ingenio” (Maura 26). Por ello, se ha querido interpretar en el proemio las verdaderas intenciones que emergen en el texto. Serra identifica el carácter informativo del texto con el exordio reforzado por el proemio y el carácter de veracidad que el conquistador dispone a contar (2). El proemio de la relación, eliminado junto con el título “Relación” por el de Naufragios, revela la nueva intención del texto: condicionar la respuesta del rey (Molloy 426). Una vez eliminado, ¿cuál fue, entonces, el mecanismo retórico al que apeló Alvar Núñez para persuadir?
         Considerando que él ya había redactado una crónica de viaje depositada en la Audiencia de Santo Domingo, creemos que si ya había enviado una crónica de viaje, la intención de Naufragios responde a otra motivación: “conseguir la inmortalidad por medio de la “fama” (150) y eso solo podía lograrse apelando a la misericordia del lector.
         Por ello, narra la historia del fracaso, pues Naufragios no es el tipo de relación que busca exaltar las hazañas victoriosas; sino, narra “la historia de un fracaso cuyo signo negativo se busca borrar con la escritura” (Molloy 425). La única hazaña de Alvar, para Molloy, consiste en persuadir y convencer. Si los cronistas anteriores buscaban la persuasión a través de la narración de sus hazañas. La justificación del fracaso que hace Alvar no depende de la voluntad de los hombres sino de la voluntad divina. ¿Cuáles son esas estrategias que Alvar utiliza en Naufragios?
          Estamos de acuerdo cuando Maura señala que el atractivo de Naufragios está en que posee el atractivo de las crónicas del Nuevo Mundo “hecha por un testigo presencial, con el complemento de poseer toda la magia y atracción que lo novelesco aporta al relato” (178). Pese a la ausencia de ornato, o laconismo de estilo, como señala Juan Francisco Maura es “la peripecia en el desarrollo del argumento lo que en definitiva logrará el éxito o no de lo que se intente conseguir“ (Maura 149). En nuestra opinión, hay otros recursos que permiten contribuir a la construcción de la retórica del pathos como veremos después.
         La presentación de situaciones que provocan la misericordia en el lector no es coincidencia entre estas narraciones autobiográficas de mediados del siglo XVI “[es] la semejanza del “propósito” con que están escritas, lo que las hace coincidir en la forma de presentar las respectivas experiencias. En alguna forma se intenta imitar en las acciones narradas, los padecimientos de Jesucristo” (Maura 147).

3. ¿Recursos retóricos en la configuración de Naufragios?     
        ¿Cuál es la característica retórica que determina a Naufragios? ¿Esta característica la incluye o excluye del paradigma o paradigmas estéticos y hegemónicos de la época? La versión final de Naufragios, a diferencia de otros, obvia la presentación (el saludo, el exordium, el ornato del texto, la retórica del disimulo) para situarnos frente a los hechos, pero lo que sí le interesa es la exaltación del estilo (elocutio), pero a diferencia de Cortés[4] que recurre a la solemnidad y a la retórica épica del conquistador, Alvar Núñez recurre al pathos para apelar a la compasión frente a los hechos con la intención de obtener algún beneficio a través de dicho discurso, lo que revela el locus de enunciación del autor.
        Alvar construye un sujeto escritural que forma parte de quienes estaban al mando con lo que se inserta a la cultura hegemónica. Construye, también, en el texto un destinatario o narratario ficcional (el Rey) para obtener las Mercedes de este como objetivo principal; sin embargo, Alvar es consciente de que sus textos no solo van a ser leídos por el rey, sino por otros lectores motivo por el que recurre a otros recursos para lograr la identificación con su relato.

3.1. La retórica del pathos
          Aristóteles hace una caracterización de la “compasión” y la presenta como el pathos común con el “miedo”, el temor de quien lo espera y produce la compasión y lástima en el otro. El objetivo de dicho recurso consiste en apelar a la justicia del receptor a partir de la indignación. Para Quentin Racionero, la recurrencia a dicho mecanismo psicológico “fundamenta la capacidad persuasiva del uso retórico de la compasión, puesto que sobre todo nos sentimos persuadidos en aquellas ocasiones en que «más nos da la sensación de que también podría sucedernos»” (354).
         Considerando que toda tragedia implica un cambio de fortuna, para Aristóteles existirá una tragedia compleja cuando se presente en ella una peripecia o peripéteia (Suceso brusco y repentino, imprevisto) y una anagnórisis (reconocimiento). La peripecia es un suceso “que viene a cambiar de forma fatal la dirección en que se desarrollaba la acción (De Paula Samaranch 39). La anagnórisis “es un reconocimiento; un caer en la cuenta de algo que se había olvidado o descuidado; un reconocer la identidad de alguien o de uno mismo (De Paula Samaranch 39). Ambos mecanismos (la peripecia y la anagnórisis) se encuentran presentes en la construcción de las acciones de los personajes[5] de Naufragios. Consideramos que Alvar debía conocer sus funciones por la recurrencia a dichos recursos en el texto.

        3.1.1. La representación de la naturaleza adversa
         El fundamento retórico del pathos en Naufragios va a ser respaldado tanto por las peripecias de los personajes como por la representación adversa de la naturaleza. Así Alvar Núñez primero nos presenta el evento del viaje y, como acto seguido, el naufragio; sin embargo, ante esto narra el tiempo adverso y la naturaleza hostil a los personajes: “Otro día de mañana comenzó el tiempo a dar no buena señal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto…” y añade “A esta hora el agua y la tempestad comenzó a crescer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros” (6-7), para evitar que el viento los  llevase. Nos cuenta también los peligros a los que se exponen en dichos lugares, pues les tenían más miedo a la caída de los árboles que a la tormenta.
         La descripción del mal tiempo al que refiere Alvar tiene como objeto preparar al lector poco a poco a un clima adverso y propicio para la justificación de las acciones de los personajes, pero sobre todo presentar las peripecias durante su peregrinaje en tierras amerindias y así despertar la compasión en el lector:  “[A] un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí por la costa se hallaron dos personas de mi navío […] tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conocer (8).
        La representación de la naturaleza que se hicieron en las cartas y relaciones consistían en la hiperbolización de las bondades de las tierras amerindias y, por tanto, la ficcionalización de la naturaleza amerindia; sin embargo, Alvar nos presenta una descripción de la naturaleza aunque interferida, inevitablemente, por el discurso de la abundancia (descripción de la fertilidad de la tierra, las diversidades de árboles, animales); predomina en el texto la superioridad de la naturaleza amerindia sobre el hombre occidental: “en ella hay muy grades montes y los árboles á maravilla altos, y son tantos los que están caidos en el suelo, que nos embarazaban el camino…” (22), la imprevisibilidad de la naturaleza provoca una desventaja en la empresa del conquistador: “de los [árboles] que no estaban caídos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas y tempestades” (22).
        La presentación de los obstáculos que la naturaleza impone al occidental, hace que Alvar nos presente a la naturaleza no como un objeto de contemplación hasta entonces, sino como un agente imprevisible que confabula contra los objetivos de los náufragos occidentales. La narración de la naturaleza hostil para el occidental, permite que los eventos adversos adopten un ritmo que va in crescendo durante la narración para conducir la conmiseración del narratario ficcionalizado.

         3.1.2. Las peripecias del héroe occidental
          Una vez iniciado el primer naufragio, los eventos adversos se suceden unos a otros: “Los que quedamos escapados, desnudos como nascimos, y perdido todo lo que traíamos”,  “Y como entonces era por noviembre, y el frio muy grande, y nosotros tales, que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propria [sic] figura de la muerte” (47).
         Alvar, casi siempre, hace una diferenciación entre el yo narrador y el yo actor (Molloy 428), esto producto de las peripecias que sufre, para diferenciar su presencia de los actos reprobables: “cinco cristianos que estaban en el rancho… llegaron á tal extremo que se comieron los unos a los otros” (52). El canibalismo que comenten sus compañeros de viaje cada vez que la naturaleza los somete a duras pruebas les hace dejar de lado la sensibilidad cristiana por la de la sobrevivencia. De la que guarda distancia como testigo, para luego asumir la narración en primera persona del singular en su defensa: “De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo…” (47).
       Para acentuar la compasión, señala que tras el naufragio y la muerte de sus compañeros pedían la misericordia a Dios derramando muchas lágrimas y pidiendo perdón por sus pecados. Y Alvar añade:
Los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron á buscar y á traernos de comer; mas, cuando ellos nos vieron ansí en tan diferente hábito del primero, y en manera tan extraña [desnudos], espantáronse tanto, que se volvieron atrás (47-48).
         En los siguientes fragmentos, Alvar recurre a la sensibilidad cristiana para lograr la conmiseración del evento que narra. La narración llega al borde de lo tragicómico cuando narra que hasta los indios, considerados siempre inferiores por los occidentales, se conduelen de la miseria en la que se encuentran los viajeros: “[l]os indios, de ver el desastre que nos había venido..., con tanta desventura y miseria, se sentaron con nosotros, y con el gran dolor y lástima que hobieron debernos en tanta fortuna, comenzaron todos á llorar recio…” (47-48).
         Las peripecias a las que se ven sometidos los occidentales con la pérdida del vestido, como metáfora reiterativa (Rabasa 76), es lo que causa el desconsuelo en ellos. Tal vez, porque en esa situación, se sienten inconscientemente en condición de igualdad con los indios, pues para el occidental el vestido representa la inserción en la civilización, la marca que lo diferencia de los naturales tal y como lo describen Colón, Vespucio y otros en sus cartas y relaciones.
         La identificación de los náufragos con el imaginario colectivo occidental se va a ver trastocada por el paso de ser el “sujeto dominante” a “sujeto subalternizado” por los indios: “…en ese tiempo yo pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como por el mal tratamiento que de los indios rescebía, que fue tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos que tenía” (75). Al estar casi seis años desnudo entre los indios, este no va a ser identificado por los indios como uno de ellos sino como alguien inferior y es que el occidental como individuo pierde su identidad como colectividad y llega a ser un paria en la comunidad del Otro.
         Para sobrevivir, Alvar tuvo que hacer de mercader y otros oficios hasta llegar a ser curandero con lo que se aprecia una evolución en el personaje gracias a su astucia y al análisis de las conductas del Otro como colectividad. Solo observando lo que el Otro valora y respeta le va a permitir invertir el orden de subordinación religiosa a su favor.

3.1.3. La anagnórisis
           Para Sylvia Molloy resulta interesante el descubrimiento del yo, en Naufragios, frente al otro, en la medida que le permite un replanteo de un sujeto ante una alteridad cambiante que determina sus distintas instancias (426). En nuestra opinión, preferimos hablar del reconocimiento o anagnórisis como el cambio de un estado a otro (desgracia a fortuna o viceversa), pues la “alteridad” como término no fue concebido entonces; sino, después.
            La presencia de los eventos adversos como la pérdida de vidas en el naufragio va a ser el primer indicio no del reconocimiento; sino, de la involución hegemónica en los náufragos “hícelos entender [a los indios] por señas cómo se nos había hundido una barca, y se habían ahogado tres de nosotros” (47). A partir de este momento, la suerte de los sobrevivientes va a estar bajo el dominio de los indios, primero como huéspedes en solidaridad de su desgracia; luego, los indios empezarán a maltratarlos; porque para ellos los individuos poseen identidad en cuanto forman parte de una colectividad. Así, los indios determinarán el reconocimiento de los occidentales como unos parias sin raíces en tierras amerindias, motivo por el que son sometidos a vejámenes y maltratos:
En ese tiempo yo pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como por el mal tratamiento que de los indios rescebía, que fue tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos que tenía, y todos me anduvieron a buscar y poniendo diligencia para matarme (75).
            La esclavitud a la que se ven sometidos los náufragos, produce una desazón existencial y un trauma psicológico en cuanto pasan de ser sujetos dominantes a subalternizados esclavos sin decisión sobre sus vidas. Las subjetividades de dominio y conquista han sido sustituidas por el miedo al indio. Alvar reconoce su nuevo estado y decide por todos los medios encontrar a sus compañeros: “á dos días nos encomendamos á Dios nuestro señor y nos fuimos huyendo... con harto temor que los indios nos habían de seguir” (78). La presentación de la escena del encuentro de Alvar y el resto de los náufragos apela a la sensibilidad. En ese sentido el reconocimiento de los compañeros de desgracia logra el efecto deseado conmover al lector y solidarizarse con ellos.
         La anagnórisis no solo consiste en reconocer o identificarse con alguien; sino, también, consiste en el cambio de estado y cómo se define a partir de ese momento el individuo. Alvar, de ser un “sujeto subalterno”, pasa a ser un “sujeto dominante”, con el que se da la siguiente anagnórisis, solo a partir de la asimilación de las prácticas paganas que él observa en los indios; sin embargo, ese nuevo estado de dominación a partir de las prácticas de curandería se da a partir del ingenio de Alvar en cuanto utiliza la máscara de los artificios de los indios para curar en nombre de Dios. En ese sentido, Alvar que nunca ha perdido la fe en medio de las peripecias que ha sufrido por el azar retoma el poder con el instrumento de evangelización camuflado en las prácticas paganas lo que le origina respeto entre los naturales, así  Alvar convierte la experiencia de curandero en una empresa de otro orden: económico.
              Alvar eleva a Naufragios al rango de tragedia y comedia al recurrir a las peripecias a las que serán sometidas las acciones de los personajes al extraviarse tras el naufragio y el reconocimiento (anagnórisis), tras años de ausencia, entre los personajes occidentales hace que en medio de su tragedia se reconozcan como parte de una cultura en un tiempo pasado; pero, también como víctimas solidarias en medio de la nueva tragedia. Con estos recursos Alvar apela a la estrategia retórica del pathos, a los sentimientos del receptor al rey, su narratario ficcionalizado: “yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié á vuestra majestad” (8, el subrayado es nuestro), para persuadir al lector occidental, para solidarizarlo con él, para demostrarle que en medio de la tragedia él es uno de los pocos sobrevivientes y con el texto logró la fama que los hombres de su contexto histórico aspiraban.
         Así podemos apreciar que en Naufragios hay una serie de estrategias, pero este texto a diferencia de otros carece del ornato, pero abunda en efectos de persuasión eficaces como el de apelar a las emociones del receptor a partir de unos recursos que debe haber tenido conocimiento, pues el siglo XVI fue una época de revisión de los textos clásicos grecolatinos y de emulación de algunas estrategias; por ello, no es raro identificar a Naufragios con El Lazarillo de Tormes publicado mucho después, también de naturaleza tragicómica.

Conclusión
Naufragios se sitúa, no en el paradigma de las crónicas y relaciones, sino en el paradigma de los textos literarios renacentistas, que fueron difundidos en Europa a partir de las rutas comerciales. Dentro de ese marco histórico, Naufragios dialoga, con las crónicas y relaciones que presentan al occidental como un héroe épico, y desacraliza esa perspectiva desde la tradición de la literatura que apela a las máscaras, el humor, lo grotesco.
        Considerando que el espíritu renacentista exaltaba el desarrollo del individuo, el gusto estético y el intelecto resulta difícil pensar en los discursos de la conquista ajenos a una influencia directa o indirecta a la literatura renacentista, como es el caso de Alvar Núñez Cabeza de Vaca en cuyo texto se siente, además, la influencia de la narrativa de la época.
        Creemos que además de plantear la historia de la conquista de modo más humano; Alvar, decide sustituir el modelo retórico que caracterizó a su cotextos y lo hace a partir de la retórica del pathos un recurso persuasivo entre los grecolatinos, fuentes de las que se nutren los textos del siglo XVI.


[1] Durante este período, los textos sobre retórica que se conocían eran el de Nebrija y el de Luis Vives. Tal y como precisa José Antonio Hernández, 2009:

[…] la obra retórica de Nebrija (1444‑1522) que, si bien no contiene aspectos innovadores, ejerció una gran influencia y fue muy difundida por figurar como texto en varias universidades españolas. También merece especial atención la figura de Luis Vives (1492‑ 1540) y sobre todo sus obras De causis corruptarum artium libri IV,  De corrupta rhetorica y De ratione dicendi libri III, en las que demuestra una gran preocupación por la enseñanza y una gran calidad como pedagogo. En la primera se hace eco de la decadencia de la Retórica, disciplina que se ha limitado a repetir miméticamente las teorías clásicas, y en la segunda intenta aportar diversas soluciones a esta situación, comenzando por recomendar que se estudie la Retórica tras la Dialéctica, y no después de la Gramática.

[2] La Retórica se extiende a los ámbitos civil, religioso, judicial y al ámbito poético (José Antonio Hernández, 2009). No había un consenso sobre las partes de la Retórica, para el alemán Felipe Melanchthon, la inventio y la dispositio eran partes de la Retórica, el español Luis Vives elimina la inventio y asimila la Retórica a la elocutio. El francés Pierre de La Ramée antepone la Dialéctica a la Retórica y divide a esta en: elocutio y pronuntiatio. Es decir, cada quien enfatizó su interés en los componentes retóricos que más les interesaba.

[3] Al respecto, es necesario precisar que el espíritu renacentista de la época no consistió en la copia fiel de los modelos retóricos clásicos, sino se dio, también, una serie de respuestas a dicho modelo en función al humor, la parodia, la ironía en dos textos fundamentales para la literatura renacentista europea: Elogio de la locura (1511), en la que se recurre a la máscara de la estulticia para criticar el orden imperante y Gargantúa y Pantagruel publicada en los años 1532, 1534, 1546, 1552 y 1564. Textos que influyeron en el resto de la literatura renacentista y probablemente Alvar tuvo noticias de ellas.

[4] Cortés escribe bajo el modelo ars dictaminis (teoría retórica medieval) destinado a fijar la tención sobre el texto. Dos rasgos básicos del ars dictamini consisten en: distinción en la carta de las partes del discurso retórico (que se amplían al diferenciar entre salutatio y exordium) y el especial desarrollo teórico del saludo y el exordio que será captado por la captatio benevolentiae (Beatriz Aracil, 2009).

[5] Cuando Cortés se construye como personaje épico en sus cartas lo hace bajo cierto discurso retórico basado en la hiperbolización de lo que describe, los símiles entre occidente y las indias, la ficcionalización de los hechos, para impresionar al rey; a diferencia de Alvar Núñez Cabeza de Vaca que no presenta a héroes épicos sino a sujetos reales sometidos a una serie de peripecias.

26 junio 2012

Los sermones y el discurso de la evangelización del siglo XVI


LOS SERMONES, LAS ESTRATEGIAS DE LA IMPOSICIÓN DE LA SENSIBILIDAD OCCIDENTAL Y EL CONTROL DEL IMAGINARIO AMERINDIO

Lorena García Pizarro


     Parte de la dominación europea al amerindio consistió en las estrategias evangelizadoras para la colonización de la sensibilidad occidental. Desde el siglo XV se cultivó un espíritu humanista en Europa que consistía en la revisión de los textos sagrados para la reinterpretación y liberación del discurso cristiano del oscurantismo en que había caído por intereses de la Iglesia. Dicho discurso religioso basado en el temor a la figura divina formó parte de la sensibilidad del Medioevo; sin embargo, pese a las ideas y el espíritu renacentista de la época va a ser el discurso que se va a imponer en tierras amerindias.

       En ese sentido, los sermones se construyen en función a la sensibilidad medieval basada en el temor al pecado, el horror al infierno y el temor a Dios. Si bien los sermones se sostienen en la función ética de su discurso moralizador, estos buscan la imposición simbólica de la sensibilidad occidental y, con ello, el control de la subjetividad del amerindio. Para el efecto, legitima la función del sacerdote como único emisario elegido por Dios para abrir las puertas del cielo o condenar a todos aquellos que se rehúsan al proceso de conversión. 

         Los sacerdotes reconocen la doble tarea a la que se enfrentan al tratar de convertir a la religión cristiana a los amerindios ¿Qué hacer para colonizar la subjetividad del otro? ¿Cómo sustituir sus creencias paganas por las creencias cristianas? Para ello, recurren a la discriminación de la información según el receptor. Para los indios más simples recurren al Catecismo menor que busca enseñar la fe a partir de diálogos, preguntas y respuestas, y el Catecismo mayor que da a conocer los misterios de la religión cristiana a los indios que ya pasaron la otra fase de conversión.

      En el proemio de los sermones, se recomienda a los sacerdotes el modo en que se debe enseñar y predicar a los indios. Primero, enseñarle lo esencial de la doctrina cristiana; segundo, tener paciencia para inculcarle la doctrina porque se asume que el indio es de escasa inteligencia; tercero, enseñar la fe de manera clara y sencilla para adoctrinarlos sin confundirlos; y cuarto, el más importante, hay que persuadirlo con figuras de la oratoria, entre estos, hay que recurrir a los símiles, exclamaciones y presentarle los sermones a modo de diálogo. Véase el sermón XIII:

No pongas duda ninguna: porque lo dice Dios, que no puede mentir. Y si me dices Padre yo no veo a Jesucristo, ni su cuerpo ni su sangre, sino solo veo aquel pan blanco, y aquel Caliz de la misma manera (…). Pues cómo adorare yo allí a Jesucristo, y creeré que está allí? Hermanos, Dios es el que lo dice, por eso le haz de creer… (pp. 325-326).

       Este diálogo imaginado, en los sermones, tiene dos funciones: explicar didácticamente las posibles dudas e inquietudes del indio en torno a la invisibilidad de la figura divina occidental a diferencia de sus dioses, y la otra es la de involucrarlo en el discurso para que se sienta exhortado directamente no como colectividad, sino como individuo, lo que hace del sermón una estrategia personalizada de conversión y, por tanto, efectiva para la evangelización.

      Y si se diera el caso de que el indio no habla español, también se señala en el proemio que se ha dispuesto de persuadirlo en su lengua materna, lo que, en nuestra opinión, implica un trabajo no solo de aprendizaje de las lenguas naturales, sino un trabajo etnológico en tanto que hay que conocer las prácticas de dichos grupos humanos para poder contrarrestarlos, como se hace en los sermones:

Vuestros antepasados confesaban sus pecados a los confesores del Diablo, a los ychuris… no lo veis? que saben ellos, ni que poder tienen?... de qué sirven los lavatorios y las apacunas vuestras? Por ventura el río lleva los pecados? No veis ciegos que el pecado está en el alma, y que ni la coca quemada ni el río, ni los golpes de piedras puede quitarlo del alma (sermón, XI, p. 319, subrayado nuestro).

        El concepto de pecado que tenía el amerindio antes de la colonización estaba asociado al cuerpo; pero tras la imposición de la sensibilidad occidental se le inculca que las manchas del pecado están en el alma y que solo pueden ser absueltas por el emisario de Dios en contraposición a los ychuris en quien antes ellos confiaban sus pecados. El concepto de “pecado” y el temor al infierno que se ha construido en el imaginario del amerindio fue uno de los discursos más eficaces para el control de la subjetividad hacia el colonizado.

“Todas las cosas (hermanos muy amados) que nos enseña Dios por la sagrada escritura y por la enseñanza de la Santa Iglesia, la hemos de tener firmemente, porque son tan ciertas (…) Porque las dice Dios que no puede mentir, ni engañar” (sermón IX, p. 310).

        A partir de la figura divina se crea la legitimación de una entidad autorizada: la Santa Iglesia y los sacerdotes, por tanto, el locus de enunciación de los sermones. En ese sentido, los sermones no solo se convierten en una estrategia de colonización de la sensibilidad, sino en un vehículo político que construye un discurso absoluto e incuestionable en el que se sitúa la Iglesia y sus emisarios, discurso que pretende inculcar en el indio como la única y verdadera religión.

       En el sermón IX se exhorta al indio a creer en la figura cristiana, a tener fe, pero sobre todo a aborrecer el pecado, en dicho sermón a igual que en los otros se le enseña a temer a la figura divina que, paradójicamente, se representa, unas veces, piadosa, que perdona a los pecadores que se convierten al cristianismo y, otras veces, vengativa, que castiga a los que caen en el pecado.

        A partir del discurso de los sermones, el sacerdote construye en el imaginario del indio la dicotomías cuerpo/alma, el bien/el mal, el cielo/el infierno, el pecado frente al bautismo entendido este último como el nacimiento espiritual, todo esto con el objetivo de exhortarlo a modificar su conducta y a preservar su alma ante los ojos de Dios; por ello, exhorta al indio abandonar sus prácticas paganas y sus ofrendas a las guacas, al sol; también, desacredita las antiguas creencias que fueron impuestas por los embustes de los hechiceros.

       El discurso de los sermones tiene por objetivo anular la cultura pagana del otro. Para ejercer el poder y control sobre el indio, le inculca los conceptos de culpa, penitencia y confesión:

Guardaos que es terrible cosa enojar a Dios, haciendo burla de él. Quién hace burla de Dios? El que no confiesa todos sus pecados: el que calla alguno, y le encubre al padre: el que miente diciendo que no pecó, o que pecó menos veces, o fueron más: o al revés diciendo, que hizo algún pecado, que no hizo (p. 322).

      Y más aún el discurso ético de la conversión y salvación del pecado, revela la intención de evitar la insubordinación, la rebeldía del amerindio, un interés que deja entrever que tras el discurso ético se sostiene el discurso político de mantener el “status quo” controlando la subjetividad del imaginario colectivo amerindio:

Y no solo has de decir tus obras: sino también tus pensamientos malos: cuando, si pudieras, los pusieras por obra si deseaste pecar con fulana, y la miraste para eso: si quisieras hurtar la manta, o el carnero del otro.
Y lo dejaste porque no te castigase el corregidor, si te enojaste con el Padre, o con el Curaca, y no te atreviste a herirle, pero en tu corazón quisieras hacerlo. Todo esto hijos míos, habeis de decirlo: porque también por los pecados del corazón que no se ven, se condenan los hombres. (…) (p. 323).

        La práctica de la confesión, le permite al sacerdote no solo saber los más oscuros deseos del Otro, sino controlar y evitar posibles rebeldías y así mitigar odios secretos bajo el discurso cristiano y de la figura divina que todo lo ve y todo lo sabe. Por ello, en los sermones se insiste en construir, en el imaginario amerindio, la idea de un dios omnipresente al que no se le ve físicamente, pero que no se puede ni debe ocultar los pecados, los más oscuros deseos.

       Solo bajo el concepto del arrepentimiento, inculcado en el amerindio se da la subordinación de este frente a la sensibilidad occidental; y la aceptación de esta sensibilidad como parte de su nueva subjetividad implica la conquista europea de la subjetividad del Otro.

        Si bien los sermones apelan a una verdad absoluta que es aquella que Dios les proporciona a través de las sagradas escrituras, la retórica de los sermones para lograr el acto de persuasión, recurre, también,a las mentiras o ficciones que crea para persuadir al amerindio de cultivar la confesión sincera:

Guárdate de callar alguno: porque uno solo que encubras, no vale nada tu confesión: y todos tus pecados se vuelven a ti, y otro mayor, que se llama sacrilegio. (y señala) Un cristiano se confesaba una vez, y vio otro cristiano, que como se iba confesando sus pecados, así le iban saliendo por su boca otros tantos sapos muy sucios: y vio mas que de ahí a un rato (porque aquel cristiano calló un pecado por vergüenza del confesor) que luego volvieron todos los sapos a entrarle uno a uno por la boca. Veis hermanos qué hace el callar algún pecado, o mentir diciendo menos, o más de lo que se acuerda.

        Según la fábula que el enunciador presenta al indio, está en pecado quien calla, quien miente u oculta; sin embargo, notamos que la paradoja de la ética de los sermones consiste en que se sirve de las mismas argucias, los engaños y ficciones que utilizaban los hechiceros para persuadir y para mantener su discurso en el poder frente al amerindio.

Bibliografía

Instituto de Estudios Bolivianos. El discurso de la evangelización del siglo XVI. Bolivia: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, 2001.

05 mayo 2012

Martín Adán: entre el artificio y la angustia existencial



Lorena García Pizarro 
UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL

1. Introducción.-
         Martín Adán (1908-1985) es considerado para muchos como uno de los grandes representantes de la literatura vanguardista latinoamericana. Es recordado por su prosa poética de La casa de cartón (1928) y por su virtuoso respeto a la forma y a la retórica; sin embargo se desconoce su tránsito de la exploración de la forma hacia la poesía existencialista.
         Es de nuestro interés hacer un análisis al proceso de maduración de su discurso poético. Esto implica un análisis de las formas de sus primeros discursos poéticos y del análisis de contenido de sus últimas producciones poéticas. Para ello hemos tomado en cuenta el análisis de sus diversos poemas a partir de la antología realizada por Mirko Lauer[1].
         Creemos que las diferentes manifestaciones poéticas de Martín Adán evidencian una constante exploración de las formas que solo encuentran perfección en el asunto que trata: la reflexión filosófica.

2. Asedios a la poética de Martín Adán
         Si bien Martín Adán adoptó rasgos del vanguardismo en su poesía, no podemos encasillarlo en dicho paradigma. Una peculiaridad de la poesía de Martín Adán es que adopta préstamos de una corriente y de otra sin arraigarse nunca a alguna de ellas. Tal como señala Mirko Lauer (1989: 7-8):
Lo notable en Adán fue la selectividad de sus préstamos y la seguridad de sus indiferencias. Usó códigos del vanguardismo, pero la ironía le permitió no hipotecarse a ellos como si lo hicieron otros, de cuerpo y alma. Tomó algunos ritmos y gracias del ruedo ibérico de comienzos del siglo, pero eludió la charanga y la pandereta. Sólo estos pocos gestos bastan para convertirlo, al lado de Carlos Oquendo de Amat, en un vanguardista fuera de serie (…) Lo que limita es que frente a las crisis, las sufrió todas y a la postre no asumió ninguna: en un tiempo de radicalización y polarización se mantuvo cuidadosamente distante de las raíces y los polos.
         Creemos que si Martín Adán no sentó sus bases sobre algún paradigma fue porque consideró que asumir alguna postura estética por completo significaría caer en los extremos, y por tanto, en ciegos fanatismos con sus consecuentes errores, vacíos que los mismos paradigmas estéticos albergan.
         Para Silva-Santisteban en La casa de cartón (1928) hay “una captación objetiva, bien que irónica, del mundo del balneario de Barranco en la década que va de los años 20 al 30.” Por ello, tanto en la poesía como en la narrativa de Martin Adán se percibe una intención desestabilizadora de formas y de conceptos que tiende a particularizar su estilo en una poética de contrastes.
        Ahora, ¿qué intención guarda el resto de su producción poética?, ¿cuál es el objetivo de su acto de creación?, ¿cuál es la relación de reciprocidad entre fondo y forma?
       Para Elejalde (1997; citado por Elejalde 2003) Martín Adán ha explorado todos los recursos posibles:
[…] sonidos, grafías, diagramaciones, morfologías, construcciones sintácticas, estructuras narrativas, alusiones. El poeta es como el director de una orquesta que con la batuta de la mano dirige grupos de instrumentos : [sic] los instrumentos sintácticos a su derecha, los morfológicos al frente, los sonoros a la izquierda, un poco más atrás están las grafías y la diagramación. Todos juntos suenan en la lectura y crean un sentido que no es sólo palabra, sino también sensación, emoción. El paralelo con la música no es gratuito : [sic] la poesía está a caballo entre el mundo racional de la palabra portadora de pensamientos y el sensorial mundo de los sonidos musicales.”
       Luis Vargas (2003: 6) considera que en el tránsito poético de Martín Adán se sus poesías estuvieron determinadas por un tema de fondo: la existencia y su angustia; sin embargo, se puede percibir “al menos cuatro estilos distinguibles a lo largo de su escritura. Empiezan en la vanguardia de la década de 1920, prosiguen en cuidadosas formas métricas, vuelven al verso libre y regresan finalmente a las formas métricas.” Es decir, que la exploración de las formas eran solo un medio de acercarse a lo desconocido, a la verdad que quería alcanzar.
       Si hay una predilección por el cultivo de las formas en sus inicios, ¿podríamos afirmar que la imagen predomina sobre el concepto en el poeta en dicho período? Sería arbitrario. Es necesario evaluar qué relación de reciprocidad  existe entre el fondo y la forma de los enunciados poéticos martinadianos. Creemos que solo en conjunto delatan el ingenio de Adán, tal como señala Silva- Santisteban (2004: 343):
[…] dentro de su vasta creación, que es tan necesario conocer en conjunto para poder apreciarla con justeza en todo su valor, no solo se admira sus inspiración [sic] sino también la labor del artífice, del artista que la moldea en sus poemas, al igual que al precursor vanguardista de la modernidad narrativa y al agudo crítico autor de la visión más original del desarrollo de una tendencia de la literatura peruana.
        Una característica de la poesía de Martín Adán consiste en su capacidad de significar no literalmente. Tal como señala Mirko Lauer (1989: 9-10): “Adán se dio el lujo de complicar su verso no hacia el lado de la multiplicación de los sentidos posibles, sino hacia el de la veladuría de un solo primer sentido. Adán no indetermina, sobredetermina.” Diferenciándose notablemente de quienes apelan a un sinfín de sentidos.

3. Martín Adán: ¿Predilección por la forma?
        Mirko Lauer (1988:7) señala que los primeros poemas de Martín Adán revelan cierta inclinación hacia la imagen:
El ambiente de los primeros poemas de Adán, los publicados entre “Navidad” (1927) y la rosa de la espinela (1939) es próximo al vanguardismo español y leal a ciertos epílogos de la generación del 98. Hay en ellos un leve, pero determinante, predominio de la imagen sobre el concepto.
      Recuérdese que el vanguardismo español estuvo determinado por su oposición a la lógica, por la exaltación a la imaginación creativa, por el cultivo del arte por el arte. Mientras que la poesía de la generación del 98 estuvo determinada por preocupaciones existenciales. Si bien en el tema de la religión que abordaba dicha generación habían temas fervorosos, otros agnósticos y otros dubitativos de los que se supone debía recibir una influencia directa, por el contrario, en Martín Adán hay una inquietud de desmitificación de la figura divina, inquietud que lo acompaña siempre desde su período de formación poética.
        Nótese que en el poema “Navidad” de Itinerario de Primavera (1927-1932) hay aparentemente una predilección por el cultivo de lo estético: una serie de imágenes concatenadas, un ritmo musical constante que acompañan a la inquietud del enunciador lírico cuyo tema gira en torno a la búsqueda de lo divino en el ser humano.

Dios se encarna
en un niño que busca los juguetes
de tus manos.

Tus labios
dan el calor que niegan
la vaca y el asno.

Y en la penumbra,
tu cabellera mulle sus pajas
para Dios Niño[2].

        Al leer el título del poema “Navidad”, éste sugiere un desarrollo del tema en función al título. Tal vez el nacimiento del niño Jesús, tal vez la búsqueda del hombre hacia Dios, etc. Si bien el título en el nivel de lo aparente parece sugerir un concepto cristiano en el imaginario del enunciador lírico. El contenido del poema es una vuelta de tuerca del sentido esperado. El enunciador muestra a un Dios desmitificado. Un dios que busca el placer en el otro (la mujer).  Dicho proceso de ruptura de la expectativa es indicio de la intención del enunciador lírico de querer significar por contraste y no literalmente. El contraste entre el título y el contenido responde a una intención irónica en el poema no hacia el lenguaje sino hacia el tema. Por tanto, no puede haber un predominio de la imagen sobre el concepto. Es clara la tensión que existe entre fondo y forma.
          Del mismo modo en el poema “Esquizofrenia”[3] se aprecia una serie de imágenes con un ritmo musical acompasado que se mantiene constante:

En la rama cimera de un arbóreo aguacero,
estrellín, estrellón, anoche se dormía,
el pico bajo el ala, aun grado bajo cero,
sin hembra a lado, al lado de un viento que rugía.

Hora aletea torpe con las alas rociadas;
loco de soledad, se ignora estrella y pía
en tema de ave y topa con las brisas cerradas

         El enunciador lírico presenta la adversidad hombre-naturaleza velada a partir de este soneto que escapa al soneto endecasílabo tradicional. Los acentos interiores son irregulares, sin embargo aportan musicalidad al poema. Es necesario recalcar que todo el poema no está de terminado por la forma. Hay un interés de mostrar tras la tragedia del hombre los reveses del destino de modo velado.
         Nótese el contraste que se percibe de la denominación “se ignora estrella” cuando en realidad sabemos que el ave es víctima de la circunstancia. La sustitución del término “víctima” por el término “estrella” nos conduce a un contrapunto irónico en la actitud del enunciador lírico respecto al otro (al ave). Es el enunciador el que percibe la situación y la representa así compleja, adversa: “se ignoraba estrella y pía/ en tema de ave y topa con las brisas cerradas”. Los reveses de la existencia que retomará Martín Adán en su etapa de madurez ya se percibían desde su juventud de modo velado.
         Estos indicios irónicos en sus primeros poemas de juventud nos hacen replantearnos si es constante su mirada irónica a lo largo de sus exploraciones poéticas. Por tanto, creemos que es necesario el estudio de la ironía en la poética de Martín Adán para una comprensión cabal de su poética. Por otro lado, es evidente la tensión que existe entre la forma y las reflexiones del enunciador lírico.
         Los títulos “Velocidad”, “Urbanismo”, “Poemas underwood” que integran  Itinerario de Primavera oscilan cronológicamente entre el auge del vanguardismo y el momento crepuscular del mismo. Nótese, también, que el título de “Poemas underwood” parece sugerir sus objetivos vanguardistas, sin embargo resulta ser todo lo contrario. En “Poemas Underwood” son evidentes las reflexiones del enunciador lírico con respecto a su yo y el mundo:

Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada
          instante y no viven nada[4].

           Tras el aparente desconocimiento del enunciador acerca de su entorno existe una visión optimista en el enunciador lírico sobre su conducta, sobre el respeto a su prójimo. Y a la vez hay un estado de conciencia sobre la exploración su yo interno:

Yo no soy un gran hombre –yo soy un hombre cualquiera que en-
          saya las grandes felicidades.
Pero la felicidad no basta a ser feliz[5].
[…]
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
[…]
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con espe-
          ranza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo,
          con perfección.
[…]
                  Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección,    
                            satisfacción, deleite[6].

         El enunciador lírico de “Poemas Underwood” contempla su entorno, pero también su mundo interno y sus necesidades. Hay una constante exploración de sí mismo a partir de la insatisfacción de no alcanzar lo que se desea: “Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con perfección/ (…) Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección, deleite.”
          En La rosa de la Espinela (1939) reza una epígrafe que antecede a los poemas “Ich gehe da. Wohin? Ich gehe da. Wohin? Wozu? Ich gehe, wo die Rose ist” de Marcos Fingerit que en español quiere decir: “Yo voy allí. ¿A dónde? Yo voy allí. ¿A dónde? ¿Para qué? Yo voy donde está la rosa.” Como una búsqueda del yo en ese otro ser perfecto representado en la rosa.
         El poema “Antro” se caracteriza por la sugestión de imágenes, por la musicalidad y la brevedad de sus versos al igual que los otros poemas que comprenden La rosa de la espinela. Sin embargo, la brevedad de estos poemas contrastan con la contundencia de su reflexión.

¿Cómo, Cosa, así… vacía,
A cima de espina y pena,
Como ninguna… serena:
Deshumana todavía?
¿Dónde el dios y su agonía!...
¿Dónde la tumba y la esposa!...
¿Dónde la lengua gloriosa!...
¿Dónde el azar que a ti se eche!...
¿Dónde la sangre y la leche!...
¿Dónde, Capullo de Rosa?... [7]

        Este poema está conformado por términos con valores antitéticos (dios/ agonía, tumba/ esposa, sangre/ leche) que no se complementan sino contrastan entre sí y al hacerlo se produce una tensión entre ellos que conduce a una nueva significación, un sentido global sobre el concepto de la vida. La contraposición semántica de dichos términos para el enunciador lírico evidencia su postura en torno a la complejidad de la vida con caracteres contradictorios  que la hacen inaprensible y por tanto inasequible. En ese sentido, “Antro” es una constante interpelación retórica del enunciador lírico a aquello que le es esquivo: la armonía, la felicidad.
        En el poema “Cauce” título que quiere decir dirección natural o lógica de las cosas o de los sucesos es reforzado por una epígrafe de François Coppee: “Danz le gran ciel, plein de silence” (Danza el gran cielo, pleno de silencio) que juntas crean la expectativa de orden lógico, armonía; sin embargo el contenido del poema contrasta con lo sugerido en el título y en la epígrafe:

Heme triste de belleza,
Dios ciego que haces la rosa,
Con mano que no reposa
Y de humano que no besa.
Adonde la rosa empieza,
Curso en la substancia misma,
Corro: ella en mí se abisma:
Yo en ella: entramos en pasmo
De dios que cayó en orgasmo
Haciéndolo para cisma.[8]

        Aquí el enunciador lírico muestra su desazón espiritual. Para él no existe nada más terrible que un Dios ciego que desconoce el pesar humano. Nótese su reproche: “Dios ciego que haces la rosa,/ Con mano que no reposa/ Y de humano que no besa.” Porque solo así entiende la incomprensión de Dios ante el amor de pareja, pues él crea y, luego, paradójicamente,  divide: “Corro: ella en mí se abisma:/ Yo en ella: entramos en pasmo/ De dios que cayó en orgasmo/ Haciéndolo para cisma.”
       Si bien en La rosa de la espinela hay un cultivo exhaustivo de las formas: poemas determinados por décimas, consideramos que no podemos valorarla a partir de ese aspecto pues el contenido de sus reflexiones la hacen especial en comparación al resto de sus poemas. En ella la economía de la palabra, y la contundencia de sus versos hace de sus poemas uno de los más completos de Martín Adán. 
        El Aloysius Acker es un caso particular en la poética de Martín Adán porque  escapa a eses cultivo de las formas. Es creado en versos libres. La interpretación del mismo resulta esquiva pues solo existen fragmentos del Aloysius. Considerando que fue producido hacia 1931 y destruido hacia 1934, se ha tejido muchas versiones acerca de la persona a la que aludía el enunciador lírico y el motivo por el que Adán le negó a José Miguel Oviedo incorporarlos a una nueva edición de sus poemas. A continuación unos fragmentos de Aloysius del trabajo de Silva Santisteban que permite llenar los vacíos del fragmento de Aloysius Acker:

¡Aloysius Acker está naciendo
llenando de gritos la casa, el cielo!
¡Aloysius Acker está naciendo!
¡Aloysius Acker, hermano mío,
el hermano mayor, el hermano pequeño!
               […]

¿Quemaré la casa paterna?... ¿partiré de la patria?...
¿Seré un monje en un monasterio?...
¿Me echaré a marear, tatuado, barbudo, descalzo,
en el último de los veleros?...
¡Todo me es igual, Aloysius Acker!...
¡Sólo tú me eres idéntico!

        Hay una relación de identidad entre el enunciador lírico y el Aloysius Acker que se corroboran en las siguientes estrofas de la edición de Mirko Lauer (1989): 

¡Muerto!...
En cuanto miro, no veo
Sino tu nariz de hielo.

¡Qué estado perfecto!...
¡Como si Dios creara de cierto!...
¡El no nacido, el no engendrado, muerto!...
[…]

En mi árdida sombra de adentro,
Real como Dios, por modo infinito
Y sensible, yaces, muerto:
Yasgo, muerto.
[…]

Y ninguno es más ninguno, más yo mismo, sin tú alguno,
Que tú, el hallado, el rehallado,
El perdido, yo o tú, si no es el tiempo,
Y siempre, y siempre, y nunca
El tú que soy y que es el sino,
El hermano mayor, el hermano pequeño…
[…]

Pero ya cavaré –¿para qué?...– la fosa en lo más hondo
De mí, en lo más tierno,
En lo más ciego,
Adonde no baje mi aliento,
Adonde la voz no haga eco,
Adonde sólo yo
Baje, muerto.

Dios conseguirá ganándome, de lejos,
Con ardid y con ceño
De humano, como que es; y el acontecimiento
Seguirá con dolor; y de misterio;
Y nacerá el hijo;
Y nacerá el nieto;
Y la mosca zumbará en el verano;
Y la lluvia mojará en el invierno.
[…]

La rosa abrirá. Matarán el cristo.
Mas en la casa del muerto,
¡Ay!, en la casa del muerto,
Allí donde vive el muerto,
Allí donde no es ninguno y soy el muerto
Y es el vivo y el solo y el triste y el eterno,
Allí sólo ocurren
La penumbra y el presentimiento
De Dios y de su día,
Sin noche y sin objeto.[9]

        Se ha buscado en los versos Aloysius Acker una explicación sobre la persona a la que se alude. Pudo ser un amigo, un pariente, o simplemente un sujeto de su imaginación. Creemos que la calidad del poema reside en la reflexión sobre la existencia del hombre y aquella fuerza externa que lo trasciende en tiempo y espacio.
        Los tópicos que se desprenden de Aloysius Acker revelan una profunda desesperación del enunciador lírico sobre su dolorosa existencia, sobre la muerte, sobre la trágica existencia del hombre y la presencia de la figura divina en el destino del hombre.  Dice el enunciador: “Dios seguirá ganándome de lejos,/ con ardid y con ceño de humano, como que es; y el acontecimiento/ Seguirá con dolor; y de misterio." El enunciador lírico nos presenta a un Dios Cristiano que contempla inmutable la tragedia del hombre para remediar su existencia dolorosa y, más aún, señala que Dios y el enunciador lírico se encuentran en una relación de juego o batalla en la que aquel siempre seguirá ganando con ardid.
        El enunciador lírico  resta en el texto las cualidades (bondad, nobleza, misericordia) del Dios piadoso y sacrificado del Cristianismo, y al hacerlo desmitifica a ese Dios piadoso que se complace, desde su perspectiva, en observar las miserias del hombre. Todo estos puntos atribuyen al poemario una de sus más profundas reflexiones existenciales sobre la muerte, el hombre, Dios y la relatividad de las cosas.
        Sobre Travesía de extramares (1951) Mirko Lauer señala que es heterodoxo. Pues no se había producido sonetos de tanta calidad:

[…] El navegante de extramares es un virtuoso que en medio centenar  de sonetos formalmente dedicados a Federico Chopin sondea sus propias posibilidades expresivas, algo así como escalas espirituales sobre un piano. Aquí están expuestas sus capacidades de versificador, su intensidad de lírico y su cosecha de erudito, todo supuestamente adecuado al repertorio de la música en los opus de Chopin.
      El poemario tiene la estructura de un concierto imposible, con un soneto para cada momento (salvo la “Dissonanza e preparazione” inicial que reúne, como en un ensayo de orquesta, los sonidos inarticulados de varios poemas suyos). Pero sólo hasta aquí llega la coincidencia con lo musical, pues el tono de los poemas es parejo, y no está dado por el reflejo de Chopin, sino por la estructura interna de los sonetos.[10]

         Travesía de extramares contiene además de las ripresas otros poemas determinados por los sonetos clásicos identificados por números romanos: I, II, III y “Leitmotiv”.
        En el poema III rezan dos epígrafes: “Hosianna!/ Zur Seligkeit/ Macg’ uns bereit” (¡Hosana!/ A la felicidad/ estamos listos) de Friedrich Klopstock y “¡Alabemos a toda esencia!.../ ¡A Dios, florido y cruel!.../ ¡Obre la muerte y su cera!.../ ¡Obre la vida su miel!...” de Martín Adán. La selección de las epígrafes sugieren una especie de alabanza a la figura cristiana (Dios), a la felicidad, a la vida como si el poeta se sintiera satisfecho de su tránsito existencial en la vida.
         En la estructura interna del poema se espera el desarrollo de la expectativa que desataron las epígrafes. Sin embargo, no se desarrolla el concepto cristiano. El enunciador lírico se dirige a al místico viento: 

 –¡Tú, que sabes el monte y la llanura,
Ala espiritual, místico viento,
Arráncame de hogar y de contento
Y elévame a tu alero de aventura!
[…]

        La designación de adjetivos “espiritual”, “místico” en alusión al viento sería motivo para reprochar el paganismo del enunciador lírico. Sin embargo, éste solo quiere que lo eleve a lugares desconocidos que lo alejen de lo mundano, pues para él el objetivo del hombre no tiene nada que ver con sus objetivos. Véase en los siguientes tercetos:

¡Quiero aliviarme, no en seguro ajeno,
Sino en el propio mío, en la mi nada,
Del angélico afán y el cuerpo humano!

–¡De lo que me infundiste, con sereno
Estar, con atención extasiada,
Con un altivo gesto de tu mano!...

        Lo terrenal le causa insatisfacción, una desazón existencial que el cristianismo no ayuda a aliviar su dolor. Recuérdese cómo califica a Dios en la epígrafe: “¡Alabemos a toda esencia!.../ ¡A Dios, florido y cruel!...” que en contraste con lo expresado en el poema es un indicio de que quiere el enunciador lírico quiere significar por antítesis.
        Todos los poemas de Travesía de extramares cultivan la perfección estética y sonora. El lenguaje barroco de cada uno de los poemas está dotado de metáforas e hipérbaton que hacen difícil acceder el sentido velado en las formas. La musicalidad interna que proporciona el ritmo de intensidad logra en los poemas la perfección formal a la que aspira un poeta de fina sensibilidad. Véase la “prima ripresa”:

(–Heme así… mi sangre sobre el ara
De la rosa, de muerte concebida,
Que, de arduo nombre sombra esclarecida,
Palio de luz, de mi sombra me ampara)[11]

        Aquí los términos “ara” (piedra consagrada sobre la cual el sacerdote celebra misa), “palio” (insignia pontificial) –términos de procedencia cristiana– parecen hacer alusión al concepto cristiano, sin embargo solo son préstamos lingüísticos, pues el enunciador lírico lucha contra la estrechez del lenguaje y dota a estos términos de nuevo significado en el poema. Nótese en la prima ripresa: “(–Heme así… mi sangre sobre el ara/ De la rosa, de muerte concebida,”; es decir, que la sangre del enunciador no se ofrece a la misa, sino al altar de sacrificio de la misteriosa rosa que no lo condena, sino lo ampara cuando dice: “Palio de luz, de mi sombra me ampara”. En se sentido, la rosa es un ente protector que lo libera de la sombra (sus pecados).
        Nótese también en la “Seconda ripresa” la impresión que causa contemplar de cerca a la rosa:
–Tornó a su forma y aire… desparece,
Ojos cegando que miraban roa;
Por ya ser verdadera, deseosa…
Pasión que no primicia y no fenece.
[…]

–Y vuelve a su ama, a su peligro eterno,
Rosa inocente que se fue y se exhibe
A estío, a otoño, a primavera, a invierno…

–¡Rosa tremenda, en la que no se quiere!...
¡Rosa inmortal, en la que no se vive!...
¡Rosa ninguna, en la que no se muere!...[12]

        La rosa es concebida por el enunciador lírico como un ser inmortal, tremenda, verdadera, incomparable con ninguna. Nótese, luego la asociación de la rosa con la pasión y, por tanto, con lo humano en “Terza ripresa”:

–No üna de blasón o de argumento,
Sino la de su gira voluptuosa,
Es la que quiero apasionada rosa…
Integra en mí la que compone el viento.

        Aquí la rosa es objeto de deseo, de pasión por el enunciador lírico. Tal como se muestra en “Quarta ripresa”: “Deseándola deshójase el deseo…/ Y quien la viere olvida, y ella dura…/ ¡Ay, que es así la Rosa, y no la veo!...” (p. 66).
        La rosa adquiere una particularidad en “Quinta ripresa”. El enunciador lírico le atribuye rasgos de mujer:

–Recién aparecida, änsiosa,
Ciega, no mira sino su alma extensa…
La forma ardiendo… lista a la defensa
De su apurada candidez, la Rosa.[13]

        Nótese, también, que la rosa no es asociada a cualquier mujer, sino a la mujer casta:

–Experiencia sin hecho de la cosa;
Figura en su anécdota suspensa;
O mente o flor, de amante se dispensa…
Ojo del dios y vientre de la diosa.
[…]

–Y el mundo… ya gestado, incestuoso,
En cima, y sima de su sino breve,
Blasón de su miseria y de su gozo…

        Nótese que el último tercero contrasta el mundo incestuoso con la inexperiencia amorosa de la rosa en el segundo cuarteto que la libera del sino del hombre. Es constante, la visión trágica del enunciador lírico hacia la existencia del hombre, sobre lo efímero de la vida, el destino.
        “Ottava ripresa” encierra el concepto de la rosa que parece una respuesta a la inquietud de Vicente Huidobro de redefinir el concepto de la rosa:

–No eres la teoría, que tu espina
Hincó muy hondo; ni eres de probanza
De la rosa a la Rosa, que tu lanza
Abrió camino así que descamina.

–Eres la Rosa misma, sibilina
Maestra que dificulta la esperanza
De la rosa perfecta, que no alcanza
A aprender de la rosa que alucina.

–¡Rosa de rosa, idéntica y sensible,
A tu ejemplo, profano y mudadero,
El poeta hace la rosa que es terrible!

–Que eres la rosa eterna que en tu rama
Rapta al que, prevenido prisionero,
Roza la rosa del amor que no ama![14]

        Para el enunciador lírico de “Ottava ripresa” la Rosa es misteriosa, sensible, difícil de aprehender su esencia. Por ello, dice: “–¡Rosa de rosa, idéntica y sensible,/A tu ejemplo, profano y mudadero,/ El poeta hace la rosa que es terrible!” la incomprensión de la esencia. En ese sentido, en Travesía de extramares es un paréntesis en la reflexión de la existencia para caer en la contemplación de la Rosa desde su sensibilidad.
        El enunciador lírico de Escrito a ciegas  (1961) es una constante búsqueda de respuestas para acercarse al conocimiento de su yo. Nótese la respuesta del enunciador lírico a Celia Paschero:
¿Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?... Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
Y sensible volumen de ser mi humano,
Que es un cuerpo y vocación
Sin embargo. (…)

Mi Ángel no el de la Guarda.
Mi Ángel es el del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva mi término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante
Que es la Vida, y su engaño y su encanto[15].

        El “yo” del enunciador lírico se torna en algo que él no esperaba producto del azar, del destino. Por tanto, sus poemas son una constante búsqueda de explicar su incomprendida e inexplicable existencia: 

¿Quién soy? Soy mi qué,
Inefable e innumerable
Figura y alma de la ira.
No, eso fue al fin… y era al principio,
Antes de donde el principio principia.
Soy un cuerpo de espíritu de furia
Asentada y de aceda ironía.

No soy el que busca
El poema, ni siquiera la vida…
Soy un animal acosado por su ser
Que es una verdad y una mentira.[16]

        Es el desconocimiento de las fuerzas externas sobre su ser lo que lo agobian, le producen una desazón, un desconcierto que no lo conduce a resolución alguna “(…) Yo buscaba otro ser,/ Y ése ha sido mi buscarme./ Yo no quería ni quiero ya ser yo,/ Sino otro que se salvara o que salve,/ No el del instinto que se pierde,/ Ni el del Entendimiento, que se retrae (p. 80).
        Lo real contribuye a intensificar esa sensación de desazón: “La cosa real, si la pretendes,/ No es aprehenderla sino imaginarla./ Lo real no se le coge: se le sigue,/ Y para eso son el sueño y la palabra./ ¡Cuídate de su atajo!/ ¡Cuídate de su distancia!/ ¡Cuídate de su despeñadero!/ ¡Cuídate de su cabaña! (p. 79). Es evidente las huellas que el enunciador lírico deja en torno a su concepto de lo real como algo peligroso para la existencia humana. Lo real acosa su existencia, lo agobia, le produce una angustia.

No soy ninguno que sabe.
Soy el único que ya no cree
Ni en el hombre,
Ni en la mujer,
Ni en la casa de un solo piso,
Ni en el panqueque con miel
No soy más que una palabra
Volada de la sien,
Y que procura compadecerse
Y anidar en algún alto tal vez
De la primavera lóbrega
Del ser
No me preguntes más,
 Que ya no sé…[17]

       Para Mirko Lauer La mano desasida (1961-1973) es una de las lecturas más complejas y demoradas comparadas a los esfuerzos de José Lezama Lima. Y señala que su poesía: 

       […] se desvistió de su meticulosidad formal y ensayó una forma controlada de escritura automática, apoyada en unos cuantos temas suscitadores que son los polos de referencia de su nueva voz: la realidad de Machu Picchu, la del poeta, y las posibilidades combinatorias de la reflexión. […] El sentido y el sonido ya no contratan, como en Travesía de extramares, sino que convergen. El sostén métrico y estrófico del soneto ha sido reemplazado por el de fraseo salmodiado, y los límites de la voz humana han sido asumidos en un tono profético. […] en Machu Picchu el poeta ha encontrado un gran escenario histórico para cuestionar la historia, un inmenso telón de fondo para medir sus obsesiones, un símbolo que por sí mismo es la otra mitad de su poema. […] La mano desasida [sic] tolera una lectura psicoanalítica, y está construida con el automatismo vivaz del sueño, su neutralidad en la forma y su sentido reflejo[18].
        La mano desasida es un soliloquio en el que las preguntas retóricas del enunciador lírico encierran en sí mismas su concepción de lo efímero de la vida, de Dios, de la función de la palabra, etc.
        Nótese en los siguientes versos cómo el enunciador lírico se identifica con la complejidad de Machu Picchu:

¡Ay, Machu Picchu, pobre rostro mío,
Mi alma de piedra, Exacta y rompidísima,
Innumerable e idéntica,[19]
[…]

¿Eres  tú mismo, Machu Picchu?
¡Tú eres Yo Mismo, piedra, muerte y vida![20]
[…]

Tú eres sólo la forma sobre el abismo,
Y así será siempre mi sabiduría
La de la Academia,
La de la Antología,
La del que vive porque está muriendo y escribiendo[21]
       
       Para el enunciador lírico Machu Picchu tiene por característica lo opuesto a la fe divina: “Tú eres la herejía y meramente humano/ Que comulgué con la Eucaristía/ El exacto pagano, creatura de Dios/ Sin Discóbolos ni Papas ni Picassos (p. 110)”. Nótese que tras su exaltación pagana, parece ser el mediador entre lo pagano y lo divino: “Pero yo me consiento aconsejarte, Machu Picchu,/ Procura ser siempre eucaristía,/ Una hostia tremenda del humano/ Para gozar de Dios en esta vida. (p. 113). Aquí el enunciador no pretende significar literalmente, sino por antítesis. No desea que Machu Picchu se rinda al catolicismo, sino es una forma de desmitificar la gracia divina solo para sus fervorosos creyentes. Nótese el contraste de estos versos con

     El enunciador lírico no quiere significar literalmente. Nótese el contraste entre la aparente conversión del Machu Picchu al catolicismo. En conclusión, creemos que su poética está determinada por los contrastes que nos hacen suponer una constante mirada crítica basada en la ironía, en la paradoja. En sus poemas se percibe una evolución del concepto de la vida que tiende a lo metafísico; por tanto, no hay en la poesía de Martín Adán una imagen que predomine sobre el concepto que trata. Creemos que hay una constante tensión entre la elección de la forma y sus reflexiones en la que siempre predominó la angustia existencial del enunciador lírico en los diversos poemas.

(*) El trabajo fue presentado como ponencia en el "Congreso Internacional Travesía Literaria de Martín Adán" el 22 de abril de 2010. Autora: Lorena García Pizarro.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Elejalde, Alfredo. (1998). Martín Adán, poeta crepuscular. Sobre Gira: Martín   
                  Adán y Mariátegui. Eextraído el 11 de febrero de 2010 
                  http://macareo.pucp.edu.pe/~elejalde/ensayo/adan_gira.html 
Ferrari, Américo. (2003). “Martín Adán: poesía y realidad.” en  La soledad sonora.   
               Voces poéticas del Perú e Hispanoamérica. Lima: fondo editorial de la
               PUCP, pp. 263-278
Silva-Santisteban, Ricardo. “Los días y los dioses” en Escrito en el agua II. Lima:    
               PUCP. Pp. 343-367
Vargas, Luis. (noviembre, 2003). Ramón de la Fuente Benavides.” En
               Odumodneurtse, Año I, N° 2, Lima, noviembre 2003.
Estuardo Núñez (2003) Estuardo desde la Casa de cartón. En Odumodneurtse,
               año I, N° 2, Lima, noviembre 2003.
González, Ricardo (2007). “Letra viva: Nuestro poeta maldito. “En: El Comercio
               Jueves, 15 de febrero de 2007



[1] LAUER, Mirko. Martín Adán. Antología.  Madrid: Visor, 1989.
[2]  Ob. cit., p. 19.
[3] Ob. Cit., p. 21.
[4]  Ob. cit., p. 27.
[5]  Ob. cit., p. 28.
[6]  Ob. cit., p. 29.
[7] Ob. cit., p. 36.
[8] Ob. cit., p. 39.
[9] Ob. cit., pp. 47-49.
[10] LAUER, Mirko. Martín Adán. Antología.  Madrid: Visor, 1989, pp.9-10.
[11]  Ob. cit., p. 63.
[12]  Ob. cit., p. 64.
[13]  Ob. cit., p. 68.
[14]  Ob. cit., pp. 70-71.
[15] Ob. cit., p. 78.
[16]  Ob. cit., pp. 79-80.
[17]  Ob. cit., pp. 83.
[18]  Ob. cit., p. 11.
[19]  Ob. cit., p. 87.
[20]  Ob. cit., p. 104.
[21]  Ob. cit., p. 105.