LOS SERMONES, LAS ESTRATEGIAS DE LA IMPOSICIÓN DE
LA SENSIBILIDAD OCCIDENTAL Y EL CONTROL DEL IMAGINARIO AMERINDIO
Lorena
García Pizarro
Parte
de la dominación europea al amerindio consistió en las estrategias
evangelizadoras para la colonización de la sensibilidad occidental. Desde el
siglo XV se cultivó un espíritu humanista en Europa que consistía en la
revisión de los textos sagrados para la reinterpretación y liberación del
discurso cristiano del oscurantismo en que había caído por intereses de la
Iglesia. Dicho discurso religioso basado en el temor a la figura divina formó
parte de la sensibilidad del Medioevo; sin embargo, pese a las ideas y el espíritu
renacentista de la época va a ser el discurso que se va a imponer en tierras
amerindias.
En ese
sentido, los sermones se construyen en función a la sensibilidad medieval
basada en el temor al pecado, el horror al infierno y el temor a Dios. Si bien
los sermones se sostienen en la función ética de su discurso moralizador, estos
buscan la imposición simbólica de la sensibilidad occidental y, con ello, el
control de la subjetividad del amerindio. Para el efecto, legitima la función
del sacerdote como único emisario elegido por Dios para abrir las puertas del
cielo o condenar a todos aquellos que se rehúsan al proceso de conversión.
Los
sacerdotes reconocen la doble tarea a la que se enfrentan al tratar de
convertir a la religión cristiana a los amerindios ¿Qué hacer para colonizar la
subjetividad del otro? ¿Cómo sustituir sus creencias paganas por las creencias
cristianas? Para ello, recurren a la discriminación de la información según el
receptor. Para los indios más simples recurren al Catecismo menor que busca
enseñar la fe a partir de diálogos, preguntas y respuestas, y el Catecismo mayor
que da a conocer los misterios de la religión cristiana a los indios que ya
pasaron la otra fase de conversión.
En el proemio de los
sermones, se recomienda a los sacerdotes el modo en que se debe enseñar y
predicar a los indios. Primero, enseñarle lo esencial de la doctrina cristiana;
segundo, tener paciencia para inculcarle la doctrina porque se asume que el
indio es de escasa inteligencia; tercero, enseñar la fe de manera clara y
sencilla para adoctrinarlos sin confundirlos; y cuarto, el más importante, hay
que persuadirlo con figuras de la oratoria, entre estos, hay que recurrir a los
símiles, exclamaciones y presentarle los sermones a modo de diálogo. Véase el
sermón XIII:
No pongas duda
ninguna: porque lo dice Dios, que no puede mentir. Y si me dices Padre yo no
veo a Jesucristo, ni su cuerpo ni su sangre, sino solo veo aquel pan blanco, y
aquel Caliz de la misma manera (…). Pues cómo adorare yo allí a Jesucristo, y
creeré que está allí? Hermanos, Dios es el que lo dice, por eso le haz de creer…
(pp. 325-326).
Este diálogo imaginado, en
los sermones, tiene dos funciones: explicar didácticamente las posibles dudas e
inquietudes del indio en torno a la invisibilidad de la figura divina
occidental a diferencia de sus dioses, y la otra es la de involucrarlo en el
discurso para que se sienta exhortado directamente no como colectividad, sino
como individuo, lo que hace del sermón una estrategia personalizada de
conversión y, por tanto, efectiva para la evangelización.
Y si se diera el caso de que
el indio no habla español, también se señala en el proemio que se ha dispuesto
de persuadirlo en su lengua materna, lo que, en nuestra opinión, implica un
trabajo no solo de aprendizaje de las lenguas naturales, sino un trabajo etnológico en tanto que hay que conocer las prácticas de
dichos grupos humanos para poder contrarrestarlos, como se hace en los sermones:
Vuestros
antepasados confesaban sus pecados a los confesores del Diablo, a los ychuris…
no lo veis? que saben ellos, ni que poder tienen?... de qué sirven los
lavatorios y las apacunas vuestras? Por ventura el río lleva los pecados? No
veis ciegos que el pecado está en el alma, y que ni la coca quemada ni el
río, ni los golpes de piedras puede quitarlo del alma (sermón, XI, p. 319,
subrayado nuestro).
El concepto de pecado que
tenía el amerindio antes de la colonización estaba asociado al cuerpo; pero
tras la imposición de la sensibilidad occidental se le inculca que las manchas
del pecado están en el alma y que solo pueden ser absueltas por el emisario de
Dios en contraposición a los ychuris en quien antes ellos confiaban sus
pecados. El concepto de “pecado” y el temor al infierno que se ha construido en
el imaginario del amerindio fue uno de los discursos más eficaces para el
control de la subjetividad hacia el colonizado.
“Todas las cosas
(hermanos muy amados) que nos enseña Dios por la sagrada escritura y por la
enseñanza de la Santa Iglesia, la hemos de tener firmemente, porque son tan
ciertas (…) Porque las dice Dios que no puede mentir, ni engañar” (sermón IX, p.
310).
A partir de la figura
divina se crea la legitimación de una entidad autorizada: la Santa Iglesia y
los sacerdotes, por tanto, el locus de enunciación de los sermones. En ese
sentido, los sermones no solo se convierten en una estrategia de colonización
de la sensibilidad, sino en un vehículo político que construye un discurso
absoluto e incuestionable en el que se sitúa la Iglesia y sus emisarios, discurso
que pretende inculcar en el indio como la única y verdadera religión.
En el sermón IX se exhorta
al indio a creer en la figura cristiana, a tener fe, pero sobre todo a
aborrecer el pecado, en dicho sermón a igual que en los otros se le enseña a
temer a la figura divina que, paradójicamente, se representa, unas veces, piadosa,
que perdona a los pecadores que se convierten al cristianismo y, otras veces,
vengativa, que castiga a los que caen en el pecado.
A partir del discurso de
los sermones, el sacerdote construye en el imaginario del indio la dicotomías
cuerpo/alma, el bien/el mal, el cielo/el infierno, el pecado frente al bautismo
entendido este último como el nacimiento espiritual, todo esto con el objetivo de
exhortarlo a modificar su conducta y a preservar su alma ante los ojos de Dios;
por ello, exhorta al indio abandonar sus prácticas paganas y sus ofrendas a las
guacas, al sol; también, desacredita las antiguas creencias que fueron
impuestas por los embustes de los hechiceros.
El discurso de los sermones
tiene por objetivo anular la cultura pagana del otro. Para ejercer el poder y
control sobre el indio, le inculca los conceptos de culpa, penitencia y
confesión:
Guardaos que es
terrible cosa enojar a Dios, haciendo burla de él. Quién hace burla de Dios? El
que no confiesa todos sus pecados: el que calla alguno, y le encubre al padre:
el que miente diciendo que no pecó, o que pecó menos veces, o fueron más: o al
revés diciendo, que hizo algún pecado, que no hizo (p. 322).
Y más aún el discurso ético de
la conversión y salvación del pecado, revela la intención de evitar la
insubordinación, la rebeldía del amerindio, un interés que deja entrever que tras
el discurso ético se sostiene el discurso político de mantener el “status quo”
controlando la subjetividad del imaginario colectivo amerindio:
Y no solo has de
decir tus obras: sino también tus pensamientos malos: cuando, si pudieras, los
pusieras por obra si deseaste pecar con fulana, y la miraste para eso: si
quisieras hurtar la manta, o el carnero del otro.
Y lo dejaste
porque no te castigase el corregidor, si te enojaste con el Padre, o con el
Curaca, y no te atreviste a herirle, pero en tu corazón quisieras hacerlo. Todo
esto hijos míos, habeis de decirlo: porque también por los pecados del corazón
que no se ven, se condenan los hombres. (…) (p. 323).
La práctica de la
confesión, le permite al sacerdote no solo saber los más oscuros deseos del
Otro, sino controlar y evitar posibles rebeldías y así mitigar odios secretos
bajo el discurso cristiano y de la figura divina que todo lo ve y todo lo sabe.
Por ello, en los sermones se insiste en construir, en el imaginario amerindio, la
idea de un dios omnipresente al que no se le ve físicamente, pero que no se puede
ni debe ocultar los pecados, los más oscuros deseos.
Solo bajo el concepto del arrepentimiento, inculcado en el
amerindio se da la subordinación de este frente a la sensibilidad occidental; y
la aceptación de esta sensibilidad como parte de su nueva subjetividad implica
la conquista europea de la subjetividad del Otro.
Si bien los sermones apelan a una verdad
absoluta que es aquella que Dios les proporciona a través de las sagradas escrituras,
la retórica de los sermones para lograr el acto de persuasión, recurre,
también,a las mentiras o ficciones que crea para persuadir al amerindio de
cultivar la confesión sincera:
Guárdate de
callar alguno: porque uno solo que encubras, no vale nada tu confesión: y todos
tus pecados se vuelven a ti, y otro mayor, que se llama sacrilegio. (y señala)
Un cristiano se confesaba una vez, y vio otro cristiano, que como se iba
confesando sus pecados, así le iban saliendo por su boca otros tantos sapos muy
sucios: y vio mas que de ahí a un rato (porque aquel cristiano calló un pecado
por vergüenza del confesor) que luego volvieron todos los sapos a entrarle uno
a uno por la boca. Veis hermanos qué hace el callar algún pecado, o mentir
diciendo menos, o más de lo que se acuerda.
Según la fábula que el
enunciador presenta al indio, está en pecado quien calla, quien miente u
oculta; sin embargo, notamos que la paradoja de la ética de los sermones
consiste en que se sirve de las mismas argucias, los engaños y ficciones que
utilizaban los hechiceros para persuadir y para mantener su discurso en el
poder frente al amerindio.
Bibliografía
Instituto de Estudios Bolivianos. El discurso de la evangelización del siglo XVI. Bolivia: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, 2001.