26 junio 2012

Los sermones y el discurso de la evangelización del siglo XVI


LOS SERMONES, LAS ESTRATEGIAS DE LA IMPOSICIÓN DE LA SENSIBILIDAD OCCIDENTAL Y EL CONTROL DEL IMAGINARIO AMERINDIO

Lorena García Pizarro


     Parte de la dominación europea al amerindio consistió en las estrategias evangelizadoras para la colonización de la sensibilidad occidental. Desde el siglo XV se cultivó un espíritu humanista en Europa que consistía en la revisión de los textos sagrados para la reinterpretación y liberación del discurso cristiano del oscurantismo en que había caído por intereses de la Iglesia. Dicho discurso religioso basado en el temor a la figura divina formó parte de la sensibilidad del Medioevo; sin embargo, pese a las ideas y el espíritu renacentista de la época va a ser el discurso que se va a imponer en tierras amerindias.

       En ese sentido, los sermones se construyen en función a la sensibilidad medieval basada en el temor al pecado, el horror al infierno y el temor a Dios. Si bien los sermones se sostienen en la función ética de su discurso moralizador, estos buscan la imposición simbólica de la sensibilidad occidental y, con ello, el control de la subjetividad del amerindio. Para el efecto, legitima la función del sacerdote como único emisario elegido por Dios para abrir las puertas del cielo o condenar a todos aquellos que se rehúsan al proceso de conversión. 

         Los sacerdotes reconocen la doble tarea a la que se enfrentan al tratar de convertir a la religión cristiana a los amerindios ¿Qué hacer para colonizar la subjetividad del otro? ¿Cómo sustituir sus creencias paganas por las creencias cristianas? Para ello, recurren a la discriminación de la información según el receptor. Para los indios más simples recurren al Catecismo menor que busca enseñar la fe a partir de diálogos, preguntas y respuestas, y el Catecismo mayor que da a conocer los misterios de la religión cristiana a los indios que ya pasaron la otra fase de conversión.

      En el proemio de los sermones, se recomienda a los sacerdotes el modo en que se debe enseñar y predicar a los indios. Primero, enseñarle lo esencial de la doctrina cristiana; segundo, tener paciencia para inculcarle la doctrina porque se asume que el indio es de escasa inteligencia; tercero, enseñar la fe de manera clara y sencilla para adoctrinarlos sin confundirlos; y cuarto, el más importante, hay que persuadirlo con figuras de la oratoria, entre estos, hay que recurrir a los símiles, exclamaciones y presentarle los sermones a modo de diálogo. Véase el sermón XIII:

No pongas duda ninguna: porque lo dice Dios, que no puede mentir. Y si me dices Padre yo no veo a Jesucristo, ni su cuerpo ni su sangre, sino solo veo aquel pan blanco, y aquel Caliz de la misma manera (…). Pues cómo adorare yo allí a Jesucristo, y creeré que está allí? Hermanos, Dios es el que lo dice, por eso le haz de creer… (pp. 325-326).

       Este diálogo imaginado, en los sermones, tiene dos funciones: explicar didácticamente las posibles dudas e inquietudes del indio en torno a la invisibilidad de la figura divina occidental a diferencia de sus dioses, y la otra es la de involucrarlo en el discurso para que se sienta exhortado directamente no como colectividad, sino como individuo, lo que hace del sermón una estrategia personalizada de conversión y, por tanto, efectiva para la evangelización.

      Y si se diera el caso de que el indio no habla español, también se señala en el proemio que se ha dispuesto de persuadirlo en su lengua materna, lo que, en nuestra opinión, implica un trabajo no solo de aprendizaje de las lenguas naturales, sino un trabajo etnológico en tanto que hay que conocer las prácticas de dichos grupos humanos para poder contrarrestarlos, como se hace en los sermones:

Vuestros antepasados confesaban sus pecados a los confesores del Diablo, a los ychuris… no lo veis? que saben ellos, ni que poder tienen?... de qué sirven los lavatorios y las apacunas vuestras? Por ventura el río lleva los pecados? No veis ciegos que el pecado está en el alma, y que ni la coca quemada ni el río, ni los golpes de piedras puede quitarlo del alma (sermón, XI, p. 319, subrayado nuestro).

        El concepto de pecado que tenía el amerindio antes de la colonización estaba asociado al cuerpo; pero tras la imposición de la sensibilidad occidental se le inculca que las manchas del pecado están en el alma y que solo pueden ser absueltas por el emisario de Dios en contraposición a los ychuris en quien antes ellos confiaban sus pecados. El concepto de “pecado” y el temor al infierno que se ha construido en el imaginario del amerindio fue uno de los discursos más eficaces para el control de la subjetividad hacia el colonizado.

“Todas las cosas (hermanos muy amados) que nos enseña Dios por la sagrada escritura y por la enseñanza de la Santa Iglesia, la hemos de tener firmemente, porque son tan ciertas (…) Porque las dice Dios que no puede mentir, ni engañar” (sermón IX, p. 310).

        A partir de la figura divina se crea la legitimación de una entidad autorizada: la Santa Iglesia y los sacerdotes, por tanto, el locus de enunciación de los sermones. En ese sentido, los sermones no solo se convierten en una estrategia de colonización de la sensibilidad, sino en un vehículo político que construye un discurso absoluto e incuestionable en el que se sitúa la Iglesia y sus emisarios, discurso que pretende inculcar en el indio como la única y verdadera religión.

       En el sermón IX se exhorta al indio a creer en la figura cristiana, a tener fe, pero sobre todo a aborrecer el pecado, en dicho sermón a igual que en los otros se le enseña a temer a la figura divina que, paradójicamente, se representa, unas veces, piadosa, que perdona a los pecadores que se convierten al cristianismo y, otras veces, vengativa, que castiga a los que caen en el pecado.

        A partir del discurso de los sermones, el sacerdote construye en el imaginario del indio la dicotomías cuerpo/alma, el bien/el mal, el cielo/el infierno, el pecado frente al bautismo entendido este último como el nacimiento espiritual, todo esto con el objetivo de exhortarlo a modificar su conducta y a preservar su alma ante los ojos de Dios; por ello, exhorta al indio abandonar sus prácticas paganas y sus ofrendas a las guacas, al sol; también, desacredita las antiguas creencias que fueron impuestas por los embustes de los hechiceros.

       El discurso de los sermones tiene por objetivo anular la cultura pagana del otro. Para ejercer el poder y control sobre el indio, le inculca los conceptos de culpa, penitencia y confesión:

Guardaos que es terrible cosa enojar a Dios, haciendo burla de él. Quién hace burla de Dios? El que no confiesa todos sus pecados: el que calla alguno, y le encubre al padre: el que miente diciendo que no pecó, o que pecó menos veces, o fueron más: o al revés diciendo, que hizo algún pecado, que no hizo (p. 322).

      Y más aún el discurso ético de la conversión y salvación del pecado, revela la intención de evitar la insubordinación, la rebeldía del amerindio, un interés que deja entrever que tras el discurso ético se sostiene el discurso político de mantener el “status quo” controlando la subjetividad del imaginario colectivo amerindio:

Y no solo has de decir tus obras: sino también tus pensamientos malos: cuando, si pudieras, los pusieras por obra si deseaste pecar con fulana, y la miraste para eso: si quisieras hurtar la manta, o el carnero del otro.
Y lo dejaste porque no te castigase el corregidor, si te enojaste con el Padre, o con el Curaca, y no te atreviste a herirle, pero en tu corazón quisieras hacerlo. Todo esto hijos míos, habeis de decirlo: porque también por los pecados del corazón que no se ven, se condenan los hombres. (…) (p. 323).

        La práctica de la confesión, le permite al sacerdote no solo saber los más oscuros deseos del Otro, sino controlar y evitar posibles rebeldías y así mitigar odios secretos bajo el discurso cristiano y de la figura divina que todo lo ve y todo lo sabe. Por ello, en los sermones se insiste en construir, en el imaginario amerindio, la idea de un dios omnipresente al que no se le ve físicamente, pero que no se puede ni debe ocultar los pecados, los más oscuros deseos.

       Solo bajo el concepto del arrepentimiento, inculcado en el amerindio se da la subordinación de este frente a la sensibilidad occidental; y la aceptación de esta sensibilidad como parte de su nueva subjetividad implica la conquista europea de la subjetividad del Otro.

        Si bien los sermones apelan a una verdad absoluta que es aquella que Dios les proporciona a través de las sagradas escrituras, la retórica de los sermones para lograr el acto de persuasión, recurre, también,a las mentiras o ficciones que crea para persuadir al amerindio de cultivar la confesión sincera:

Guárdate de callar alguno: porque uno solo que encubras, no vale nada tu confesión: y todos tus pecados se vuelven a ti, y otro mayor, que se llama sacrilegio. (y señala) Un cristiano se confesaba una vez, y vio otro cristiano, que como se iba confesando sus pecados, así le iban saliendo por su boca otros tantos sapos muy sucios: y vio mas que de ahí a un rato (porque aquel cristiano calló un pecado por vergüenza del confesor) que luego volvieron todos los sapos a entrarle uno a uno por la boca. Veis hermanos qué hace el callar algún pecado, o mentir diciendo menos, o más de lo que se acuerda.

        Según la fábula que el enunciador presenta al indio, está en pecado quien calla, quien miente u oculta; sin embargo, notamos que la paradoja de la ética de los sermones consiste en que se sirve de las mismas argucias, los engaños y ficciones que utilizaban los hechiceros para persuadir y para mantener su discurso en el poder frente al amerindio.

Bibliografía

Instituto de Estudios Bolivianos. El discurso de la evangelización del siglo XVI. Bolivia: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, 2001.